Ayer me acerqué a unas
jóvenes que rozarían los veinte años, en una librería de un
centro comercial. Hojeaban libros de Irene X, Carlos Salem, Marwan y
otros llamados poetas de la generación digital. Total, por nombres
que no quede.
Les pregunté por lo que
buscaban y, para empatizar, les hablé de Sara Búho y de Elvira
Sastre, ya que la reacción primera fue darme unas clases sobre esta
escritura nueva. Cuando vieron que conocía, incluso en persona, a
estas autoras, pasaron a una especie de veneración estúpida y,
especialmente cuando les dije que fueran a verlas, si venían a
Sevilla. Interpretaron entonces que yo sabía fecha, lugar y hora e
intentaron sonsacarme, quedando finalmente en que les transmitiera
que aquí tenían muchas admiradoras.
Como me parecía no estar
jugando limpio, las dejé ojeando y ligeramente asombradas, supongo
que por mi edad y mi aspecto, tan normal.
A la Sastre no la he
saludado personalmente, aunque escribí sobre ella y me lo agradeció
epistolarmente y con la Búho he coincido una vez. Esta es mi
relación, además de ser también uno de sus lectores, aunque un
poco cansado ya de obviedades, tatuajes y frases de amorcitos. Las he
seguido como sigo a algunos de sus coetáneos de las redes.
En un principio, me
parecía que esta fiebre había despertado la poesía entre la
juventud o, mejor dicho, a sus lectores, pero ahora pienso que no,
que ha estimulado la parte más cursi de una adolescencia, ávida de
que le hablen en su idioma. Para quienes no han cumplido los treinta,
con el bagaje escaso de conocimientos teóricos y de autores clásicos
(llamémosles así) que tienen, encontrar frases que expresen sus
amores y desamores, su sentido pesimista de la vida y alguna
transgresión en los títulos ha sido un gran descubrimiento. Y,
además, en sus formatos, es decir, lo que toquetean todo el día en
el teléfono móvil. Sé que, por lo general, ni siquiera usan la
pantalla de un ordenador para disfrutar de los textos que,
posteriormente, compartirán.
Existe, por tanto, un
hecho claro. Cierta clase de literatura les llega, y a través de
unos canales sin papel, aunque algunas editoriales como Origami, La
bella Varsovia, Arrebato o ediciones Liliputienses, entre otras, se
han dado cuenta de que, tras esa veneración, existía un fetichismo
seguro y querrían, como alardean con entusiasmo, poder tocar el
continente de esos versos (conviniendo en que fuera el libro impreso)
y editan y editan con el criterio único de la cantidad de seguidores
en twiter.
Es evidente también que
se desea “consumir” sentimientos, espíritu o lo que sea; y por
medio de la palabra; pero los caracteres contados hacen que no se
vaya más allá y se termine por olvidar las verdaderas obras
maestras.
Lo que ya no parece
comprensible es que no se aborde el estudio de las letras desde ese
terreno común, que lo será en cuanto al profesorado se le dejen de
caer los anillos por tratar a algunos de estos autores en vez de
intentar que a un alumno de trece años les guste el Mío Cid.
Quizá sea únicamente
cuestión de objetivos: el programa o el futuro, empezar para llegar
a Quevedo o descarrilar en Gonzalo de Berceo.
HuelvaYa.es, 10/6/2018
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