Es evidente que los
pueblos tienen memoria. A mí me lo recuerda el presidente Rajoy
cuando dice que somos una gran nación, porque siempre pienso que se
está refiriendo a nuestro pasado más remoto, crisol de
civilizaciones, descubridores de nuevos mundos, exportador de
culturas, religión y lengua y reconquistadores (nos han dicho);
porque lo que es ahora, en el momento presente, no es para
considerarse muy grandes que digamos.
Hemos sido cómplices de
una guerra, hemos sufrido una crisis económica, hubo quien se creyó
lo de la alianza de civilizaciones, la monarquía flaqueó y flaquea,
una parte de la nación se ríe de las instituciones, alimenta odios
incomprensibles, se ridiculiza ella misma, somete a sus ciudadanos a
la votación del absurdo y consigue despertar las fobias, antes
controladas o sin objeto, de los otros radicales, que airean su
bandera y perpetran chistes igualmente xenófobos.
De los tres poderes del
Estado no se salva ni uno; el legislativo ha sido superado por la
realidad, no sabe responder a los retos nuevos, sus protagonistas
exhiben sus debilidades y han convertido el parlamento en un zoco
donde se mercadea y se llega a acuerdos inconfesables: Tienen mala
fama bien ganada y la mayoría no nos sentimos representados.
El poder ejecutivo va
lento y desorientado; no puede hacer más porque carece de medios;
está repleto de amiguismos y enchufes y ni siquiera es fiel a
quienes debería obedecer.
Y la justicia, que era
ciega y casta (suponemos), ya no es ni una cosa ni otra. La frase
conocida de Pedro Pacheco se ha quedado obsoleta, porque está en un
momento de incomprensión tal, que haciendo lo que deben no parecen
justos, no contentan a las víctimas ni a los verdugos, no son
respetados, como merecen, y sus autos se critican por legos e
ignorantes, por cultos y juristas de igual manera, casi siempre sin
fundamentación y sin conocimiento.
Como decía, los pueblos
tienen memoria y aunque haya quien pueda decir, sopesando el pasado y
el presente, que seguimos siendo una gran nación, la realidad es que
estamos en uno de los peores momentos de consideración
internacional. Bueno, eso si quienes defienden el ayer glorioso no se
detienen en la masacre del descubrimiento, en las faenas del Gran
Duque de Alba y Juan de Austria en los Países Bajos y Flandes
(recuerden “la leyenda negra” y lean a William
S. Maltby), en Trafalgar y en las
guerras internas de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo. Entonces
sería mucho peor.
Y ahora, cuando se
conocen personajes como Puigdemont, Monedero y Torra y se recuerda lo
que han hecho los pícaros del momento, se quiere que se nos respete
en Europa. Parece una incoherencia más, a la altura de las del señor
Iglesias.
Hace años, en las aguas
de Chapultepec, en Ciudad de México, un joven amaestrado nos contaba
con rabia que todo aquello había sido destruido por los españoles
(y era verdad); y tuvo que ser una mexicana informada quien centró
la discusión en el tiempo y en la época; pero sobre todo, recalcó,
como yo lo he hecho en varios medios, que ya no vive Hernán Cortés.
Pues algo parecido debe de ocurrir en la memoria de los belgas.
Así que, de la misma
manera que hay quien ha llegado a creer que alguna raza no es de
fiar, sin ninguna razón objetiva, más allá de que lo que le pasó
puntualmente a algún conocido, los habitantes de esta nación
grande, que ha hecho cosas grandes y que debería creérselo, como se
lo creen los franceses, no estamos bien vistos en otros lugares del
planeta.
Desgraciada o
afortunadamente, no se puede cambiar el pasado (la historia sí, un
día tras otro; o se intenta); lo único posible y deseable es hacer
las cosas bien y, en cualquier caso, no quejarnos. O revisar el
concepto de grandeza.
HuelvaYa.es, 19/5/2018
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