Durante mucho tiempo -y
aún resisto- me he caracterizado por tener amigos muy diversos.
Reconozco que alguna afinidad me ha unido a ellos y, por encima de
las ideas, ha existido algún hilo invisible que ha permitido que
nuestra relación no se rompiera. También es verdad que unos tenemos
más tragaderas que otros.
Últimamente la cosa se
ha agravado por el mal uso de las redes sociales. Cuando empezó la
correspondencia electrónica, recibíamos cada mañana varios
“powerpoints” que nos hacían subir la glucosa (casi llego a
odiar los gatitos y los paisajes); después, llegaron las
presentaciones culturales, ingeniosas y de curiosidad intelectual.
Hoy, estas entregas se hacen a través del facebook que, nació para
unir a las personas y está consiguiendo separarlas. Como se sabe,
aquí vale todo, opinar, censurar, pontificar, enjuiciar, maldecir e
insultar; especialmente en twiter.
No estoy en contra de que
la gente diga lo que quiera, pero deseo dejar claro que los amigos de
mis amigos no son mis amigos; que todas las ideas no son igualmente
respetables y que lo consentido no es un derecho superior a lo
legislado.
Parece una sentencia
porque lo es.
Las aficiones crean
lazos, los deportes crean lazos, los gustos crean lazos. Así que
pienso que, salvando a la familia política, que va incluida en la
letra pequeña de los contratos de convivencia, todos tendremos
amigos con quienes es imposible hablar de ciertos temas, o con
quienes es mejor no entrar en ellos. Cataluña es el mejor ejemplo,
incluso aquí en el sur del sur. Luego, están la calificaciones
deportivas, los estereotipos políticos, los gustos estéticos y las
sentencias judiciales.
Sin embargo, es muy
posible que esta relación entre antagonistas no sea más que una
manera de configurar el universo, porque si cada uno tuviésemos un
opuesto (“busca a tu complementario/que marcha siempre contigo/ y
suele ser tu contrario”, que decía A.Machado), que formara la
conjunción perfecta, el tao, la fuerza conciliadora entre el yin y
el yang; o si, como pensaba Heráclito, la lucha entre los contrarios
fuera un principio universal, idea que Hegel,
Marx
y Engels comparten
con matices;
entonces, la disparidad manifiesta sería imprescindible para
ayudarnos a discernir y a consolidar el ser.
Sea como sea, hay que ver
cómo duele que elogien lo que odias, si es que odias; que
minusvaloren lo que ensalzas; o que te animen a firmar peticiones
disparatadas, desde tu punto de vista y que lo hagan quienes serán
tus compañeros de cervezas, espectáculos y conversaciones
posteriores.
Pero esto es lo que toca,
conservar lo que algún día nos pareció divertido, los momentos
únicos y las adhesiones inquebrantables, a pesar de las
diferencias.
Porque quizá tan sólo
esto sea lo que se llama vivir en sociedad, marchar -en ocasiones-
con quienes desean lo que tú no quieres; dosificar lo que siendo
molesto, también enriquece; dar cabida a lo discrepante; ser
flexible; elogiar lo incompatible.
HuelvaYa.es, 4/5/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario