En psicología se
explica, con respecto a los egos, que generalmente se constituyen a
partir de la percepción que otros tienen sobre el sujeto. Pues bien,
a raíz de esto, me han contado que una niña rubia de dieciséis
años entró a formar parte de las nuevas generaciones de un partido
político llamado Alianza Popular, que presidía Manuel Fraga. Corría
1980. Allí fue madurando y, aunque era la más centrista de sus
correligionarios, no se decantó por el partido de centro que
entonces existía, que era UCD. Sobre los años que pasaron hasta que
un triunfador y carismático líder, que ponía lo que hay que poner
encima de la mesa (los pies), le encargara responsabilidades de alto
calado, no me han contado nada, ni me interesa.
Todos sus amigos
esperaban mucho de ella, que ostentara grandes puestos, que
representara el ala moderada tan difícil de mantener en el partido y
que, incluso, un día aspirase a la presidencia del gobierno: una
mujer y del pepé: ¡Toma ya!
Pero hubo, por lo visto,
una fiebre de titulaciones inventadas, que ya estrenara públicamente
un tal Roldán, y ella, como otros, también cayó.
Se sabe que el ego aleja
de la sencillez y complica las cosas; y si algo hay sobresaliente en
cualquier política/o que se precie es su ego; así que, siguiendo la
estela de sus mayores, en este caso de alguien con nombre
esperanzador y muy aguerrida, que le iba precediendo en casi todo,
aguantó, levantó su cabeza desafiante e hizo aquello por lo que se
las recordará: “sostenella y no enmendalla”.
La mayor no dudó en
achacar al profesorado de la enseñanza pública un horario absurdo e
increíble para poder atender mínimamente a sus responsabilidades,
se rodeó de corruptos y dimitió unas cuantas veces. La pequeña,
Cristina, llevará a la universidad a los juzgados y, lo que es
irreparable ya, el prestigio de sus docentes y de su alumnado, con
tal de justificar que no ha mentido y, sobre todo, que no piensa
dimitir.
Verán, yo no he
estudiado en la universidad Juan Carlos I (que conste), pero si lo
hubiera hecho y un máster que no cambiará mi vida personal ni
profesional, me hubiera metido en líos tales como a la señora
Cifuentes, aseguro que me olvidaría del título, del expediente y
zanjaría la polémica con que jamás realicé esos estudios y que ha
sido un error atribuírmelos. Pero desde el principio, no como
estrategia para no dejar la presidencia de la Comunidad. Y si me
atribuyeran un máster en Comercio exterior, por ejemplo, lo
desmentiría en cuanto me enterase; pero claro, yo no me dedico a la
política.
La obsesión de la señora
del pepé recuerda la actitud idéntica de no admitir los sobres, las
comisiones y demás confianzas ciegas. Y todo parte de lo mismo, de
algo que se llama despotismo (no ilustrado, en este caso), esa
autoridad por encima de las leyes, esa creencia de los Bárcenas,
Juan Antonio Roca, Rato, Julián Muñoz, Fabra, Matas, Granados y un
largo etcétera nacional, sin olvidar los casos de Alcaucín,
Aguadulce, Estepona, Ronda o los Majestic, Malaya, Invercaria,
Mercasevilla y Eres, por estos pagos.
Algo distinto ocurre con
los malaleches, cuya patología no es el ego elefantiásico, sino
algo tan frecuente, por desgracia, como la intención de hacer el
mal, más que por hacerlo, que también, para demostrar que todos son
iguales, embusteros, para así descargar de su culpa a los
masterbadores. Y unas veces atacan a los políticos y otras a las
letizias aunque, como sabemos, malasangres incluidos, ni todos somos
tramposos, ni hay más perjudicados que las propias instituciones,
los estudiantes, la monarquía y eso que se quiere llamar la marca
España.
Pues allá ellos, yo voy
a ver si arreglo los papeles para hacerme ciudadano de Tabarnia.
HuelvaYa.es,
17/4/2018
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