Puede
admitirse que una emisora o un canal de televisión persiga el
entretenimiento, antes que la formación; se puede entender, aunque a
mí no me guste que, si el medio es privado, lo primordial sea hacer
caja, incluso arrojando la casquería a los ojos; parece normal
alternar la insulsa información deportiva con la truculencia, pero
que un medio público contribuya a la ignorancia con tal de tener
contentos a sus consumidores, me parece indignante y anticultural:
Hablo de Canal Sur.
Por
las tardes, los espectadores añosos, sin otros recursos y sin pareja
acuden ante el prestidigitador y medio que les hace creer que el amor
es únicamente compañía y que la soledad es muy mala. El público
asistente aplaude tras un almuerzo y unas horas de cámara y los
protagonistas siguen el compás, contando sus miserias del pasado y
las urgencias del presente.
Lo
bueno del programa es que siempre hay un roto para un descosido y,
libremente, quienes lo eligen no pueden llamarse a engaño. Toda la
tercera y cuarta edad de Andalucía no es iletrada, así que quien no
lo es ya sabrá cómo entretenerse.
Pero
lo que me hace denunciar ahora el mal uso del pecunio y, sobre todo,
del tiempo es un espacio radiofónico del domingo, creo. Lo oí
mientras pude y quizá en algún momento posterior dejaran mis quejas
sin motivo, pero no resistí tanto tiempo.
Se
trataba (o se trata) del léxico andaluz, pues muy bien; se invitó a
un profesor, perfecto; se rescataron términos en desuso y
localismos; y se les dio la palabra a los oyentes. Y ahí estuvo el
problema: nadie explicó que mientras avenate, engolliparse o
retortero, siendo muy nuestras, son también castellanas; o que
tragantá, remear y patochá son pérdidas de consonantes finales o
intervocálicas; o que trochería es palabra onubense y gañafote es
un lusismo, nadie aclaró que todos los usos no son hallazgos y que
todas las ocurrencias no son dignas de celebración.
Cuando
un señor llama a la radio y aporta “escarranchá” habría que
explicarle que eso se dice en cualquier sitio que omita la consonante
final y alargue la vocal, tras agradecerle su interés e
intervención; de la misma manera, la forma de llamar la abuela al
puchero, o la singular expresión de aquel carretero no tienen por
qué ser palabras andaluzas, ni hay que investigar sobre ellas y no
merecen ser rescatadas. Como en todas las hablas, existe un léxico
culto y otro vulgar, pero esto no quiere decir que confundamos ambos
y le otorguemos una consideración idéntica.
Seguimos
sin enterarnos de que si bien las características de las hablas
andaluzas son tan respetables como las de cualquier otra modalidad
lingüística o variedad del español, las personas que hablan mal,
lo hacen siendo castellanas, murcianas o andaluzas. Y las que lo
hablan bien también pueden ser de cualquier rincón de las Españas
(las de antes y las de ahora).
Que
los programas se hagan entre todos está muy bien, pero entonces no
lleven a entendidos, porque si éste ceja en sus funciones de imponer
lo que ya es norma o ciencia, entonces volveremos a los debates de
todos los medios en los que cualquiera sabe más que cualquiera,
independientemente de cuál sea su formación.
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