En la localidad de
Pedrera, que no debe su nombre a los incidentes del pasado 6 de
enero, sino a que tenían numerosas canteras, se ha restablecido la
paz. Eso se dice, al menos, a la prensa, aunque debería decirse que
ha regresado a su paz.
Díganme si no qué situación existe cuando tras un altercado entre
aborígenes y foráneos, los unos quedan en libertad y los otros no;
cuando el mayor munícipe explica que sus declaraciones incendiarias
(“A mí me gustaría ver a gente fusilada”) habían sido para
aplacar los ánimos; cuando, probablemente, esta supuesta calma tensa
será la habitual que, en este pueblo, como en otros, sigue
existiendo cada día.
Si los políticos
políglotas desbarran como monologuistas, qué podrá esperarse de
quienes llegan a esos puestos por lo que llegan; y ya me entenderán
los habitantes de los pueblos pequeños.
En muchos lugares, sobre
todo si están alejados de la capital, se siguen manteniendo los
vicios antiguos, adornados con los adelantos del presente: Se sigue
usando el apodo más que el nombre y no como una calificación
despectiva, aunque mayormente parta de algún defecto o alguna
particularidad, sino con una intención puramente diferenciadora; es
muchas veces la marca de un clan. Así, El Albondigón o El Carapapa
pueden hacer referencia a un aspecto físico, seguramente de algún
antepasado; o El Figura, a alguna actitud; pero Eldelamoto o La
Sieteconventos alude únicamente a una circunstancia que se llevará
de generación en generación.
Igual que los motes,
están los apellidos, unidos íntimamente a cada terruño: Los
Alvargonzález, en literatura, pero Los Pérez, de Malcocinado o de
Parderrubias, que no tienen nada en común.
Con esto quiero decir
que las tradiciones pueden ir perdiéndose en las coplas o en los
oficios, en los ritos y menos en las fiestas, pero no es tan fácil
que desaparezca del consciente colectivo de Villaletrilla (espero que
no exista), que dirá siempre que los PerezGil o las Andamiranda son
muy buena o mala gente, o muy avaros, o demasiado alegres.
Es bien sabido que Los
Polacos de muchos lugares no venían de Polonia, pero Los Rumanos sí
que vienen de Bacau, Ploiesti o Bucarest y,
después de sufrir a Ceaușescu y quedarse sin trabajo en las
faenas agrícolas, han llegado para quedarse a las provincias de
Madrid (más de 200.000),
de Huelva (más de
14.000) o de
Sevilla (más de 11.000)
y, de los casi 680.000 que hay en España, unos 240 están en
Pedrera.
Pero
estar no es adaptarse y lo que llamamos integración no es algo
unilateral, sino que necesita que los PerezGil y Andamiranda (que
también confío en que no existan) de cada sitio compartan, convivan
y crean que Pepe El Rumano (éste sí existe, seguro, pero no me
refiero a él) tenga las mismas oportunidades, los mismos servicios y
el mismo respeto que los Gómez, Pérez, Rodríguez y García de
todas las localidades españolas.
Afortunadamente,
el edil lenguaraz e impertinente no pertenece al pepé o al pesoe,
sino a una formación que, apoyada por otra, prefiere la gobernanza a
la coherencia (al menos, en este caso), porque de no ser así los
tirapellejos y telediretes seguirían tratando la noticia hasta el
escarnio más absoluto.
Y
díganme de nuevo, si no se han superado los sobrenombres, ni los
prejuicios, ni las fiestas bárbaras y esto se arregla con un “Lo
siento, no volverá a ocurrir” cómo creer que ya no pasa nada
porque no se enfrenten violentamente las familias o no se vuelquen
coches: Habrá vuelto la normalidad, pero no la paz.
HuelvaYa.es, 13/01/2018
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