Bertold
Brecht escribió el poema “Malos tiempos para la lírica” en 1939
y, en los años ochenta, el grupo “Golpes Bajos” compuso una
canción con el mismo título. En realidad, ni uno ni otro aludían
únicamente a la lírica, sino a cualquier creación estética
anulada por las penalidades de lo cotidiano.
Pero
las cosas no han cambiado; es más, nunca han sido buenos tiempos,
aunque en épocas de menor potencial informativo la ignorancia
buscada haya sido más fácil.
Sin
enumerar los acontecimientos que cada día nos avergüenzan,
atemorizan o amargan, tampoco hoy parece buen tiempo para las
líricas, aunque sigan siendo casi siempre nuestro único refugio.
Mi
percepción es que el ser humano se crea a sí mismo, se renueva y
crece entre las adversidades propias y sociales y avanza
inexorablemente como si fuese este su único destino (en la acepción
clásica de fuerza que obra irresistible sobre el ser
humano). Y así sigue sobreviviendo a guerras, hambrunas y desastres.
En
el siglo XIV, Europa sucumbió ante la peste negra. Además de la
pérdidas de vidas humanas, la economía, que se basaba nada más que
en lo agrario, en una actividad comercial incipiente y en el
comercio, quedó casi colapsada. Los ricos (feudales) fueron menos
ricos; los pobres, empobrecieron y muchos murieron.
Entonces,
en nuestra península, que era pronto para hablar de España, las
guerras continuas impedían el desarrollo normal de las actividades
comerciales y el gasto que originaban llevó a la quiebra a bastantes
familias e incluso al reino de Mallorca, en 1405.
La
guerra europea de los treinta años también nos afectó con
epidemias y muchos impuestos para financiar la expansión
colonialista, que duró hasta mediados del diecisiete, cuando se
firmó el tratado de Westfalia.
El
siglo diecinueve fue convulso: la guerra de la independencia, bancas
que quebraron y la depresión del 98; y en el veinte, la crisis del
29, la segunda república, la guerra civil y la posguerra. Y la del
petróleo, Marruecos, el ocaso de la dictadura y la transición.
De
todo se ha salido, aunque siempre han sido los mismos quienes se han
quedado en el camino.
Como
en cualquier crisis (y vemos que han sido muchas) los poderosos
continuaron y los humildes se hundieron. En la lista de indignidades,
hay que añadir para el siglo veintiuno la corrupción y las
desigualdades.
Parece
que es tiempo de dejar el temor que que las estructuras caigan (que,
al final, no caen) e intentar cambiarlas, para que todos nos
salvemos.
O
todos o ninguno, también de Bertold Brecht, por cierto.
HuelvaYa.es,
30/04/2017
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