Hay que ver el miedo que
dan quienes dicen que van a arreglar el mundo, o los problemas de un
país, sin ir más lejos, con sus nacionalidades incluidas.
Jefes, líderes,
caudillos; engreídos, megalómanos, peligrosos. Aparecen y, si no,
los inventamos; ensalzan las miserias, se creen superiores y una masa
de desencantados les siguen.
En nuestra realidad
nacional, que a veces parece realismo mágico, los hay también y
hablan a las muchedumbres enfervorizadas, a los jóvenes y a la tele,
más que en la tele. Arreglarán el paro, la sanidad, la educación,
la energía, el cambio climático y la decimocuarta pata de un
ciempiés; andan derechos, sonrientes, mirando a la grada, saludando,
creyéndose imprescindibles. Y, en el paradigma, en lo más alto,
está Donald, el humano, no el pato.
Tomando la idea de mi
amigo DLebrato, qué excusa más maravillosa tenemos ahora para
devolver al ricachón americano las bases, los aterrizajes y las
alianzas. Como si de un matrimonio se tratase, roto ya, tirarle los
anillos, con cuidado de no darle en el tupé dorado y hacerlo a la
vez con toda Europa.
Ya, ya, las relaciones
comerciales, los intereses financieros, las empresas... Pues si no se
puede, no nos engañemos con Constituciones, sentimientos y
monsergas: todo es negocio, por ellos se mueve el mundo y, si es
preciso, en la futura guerra también participaremos como aliados
que, en este caso, es lo inmediatamente menos lamentable que como
víctimas.
Cuando esto ocurre,
cuando quienes van a hacer las cosas suenan más que la manera de
hacerlas, cuando lo que se lee son nombres y no ideas, las
similitudes con otros momentos de la historia nos hacen temer, porque
quedamos pocos que sigamos pensando que “o nos salvamos todos o
ninguno”. “O todo o nada”, ¿verdad Bertolt?, aquel alemán que
tampoco estaba contento.
HuelvaYa.es, 5/2/2017
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