A propósito de cómo
visten algunos jóvenes de hoy, he llegado a la conclusión de que
una o varias generaciones se han debido de perder en esto de la
evolución humana. Porque si bien es fácil echarle la culpa al
acceso de casi todas las economías a los bienes de consumo, que
antes eran patrimonio de unos pocos, esta no debe ser la razón
única.
Recuerdo mis comienzos
docentes en un pueblo agrícola, donde los mayores llamaban con
respeto a todo el mundo y, especialmente, a quienes se iban a
encargar de formar a sus hijos. Los maestros y los profesores de
entonces tenían la autoridad que se derivaba de su acceso al bien
preciado del conocimiento: Usted que tiene estudios, usted que tiene
una carrera, se oía decir.
Pero algo hemos tenido
que hacer todos mal cuando, paulatinamente, se ha pasado del usted al
tú y del saludo incondicional al Por qué le pones esa nota a mi
niña.
No me refiero en
exclusiva a la escuela, aunque la idea haya partido de la intención
de formalizar la vestimenta de los adolescentes de un centro público
(obvio), sino de cualquiera de los muchos lugares que frecuentamos y
que, por lo menos a mí, me hacen sentirme como de otro planeta.
Vaya usted al
restaurante de un hotel (especialmente), a un centro comercial o
pasee por una ciudad no necesariamente con playa y verá camisetas
sin mangas, trajes de baño de hombre y otras prendas mínimas y
chanclas, sobre todo, chanclas. En Madrid, en Sevilla, en Cuenca y en
Huelva; y no solo en sus playas.
Las chanclas fuera de
lugar son para mí la demostración de que todos somos iguales hasta
que nos tamizamos con la cultura y los gustos.
También está el
sombrero, la gorrilla del campo y la gorra del snob, palabra ya en
desuso: He visto cabezas
masculinas cubiertas en un teatro, en la iglesia, en una conferencia
y, por supuesto, en un restaurante; y no porque fueran un aditamento
esencial, sino porque la tontería o la ignorancia de los demás,
habían prevalecido a las normas mínimas –esto sí, desconocidas-
de un lugar común.
Reconozco
que parezco lo que quienes me conocen saben que no soy, pero en esto
no he dejado de ser aquel niño de la calle Miguel Redondo que iba
muy limpio y que ya, desde entonces, tenía sus propias ideas.
Además, esto es un artículo de opinión, qué caramba.
HuelvaYa.es, 28/5/2016
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