De vez
en cuando, nuestra vida es una versión de la propia vida anterior,
diferente en apariencia, apostillada, pero la misma al fin. Y, como
en un texto antiguo que se volviera a leer, se le encuentran los
pequeños fallos, las cosas que ahora no dirías o harías y,
entonces, lo que parece más razonable es pasar la página y tomar
nota. Nuestra historia está llena de lecciones; la nuestra, la
personal, la que solo conocemos nosotros.
Juan
Ramón Jiménez corregía continuamente sus poemas y, una y otra vez,
los cambiaba para hacerlos ligeramente distintos. Cuentan, que iba
por las librerías persiguiendo las obras que ya no eran de su
agrado. Y llevaba razón porque, sin llegar a su neurosis, es
comprensible que no se pueda mantener una actitud lírica, es decir,
intimista, cuando se han modificado las experiencias, la manera de
sentir y la vida. Pero era Juan Ramón, para quien la Obra era su
única vida.
La
existencia, que sustituye al verso, tiene algo de esto: se descubren
fallos y algún duendecillo produce pleonasnos infantiles, cambios de
predicación y de sentido y “morcillas” incomprensibles que no se
hubieran escrito nunca; pero esto le puede ocurrir a cualquiera o,
mejor dicho, nos ocurre a todos. Más adelante, les encantará a
algún lector venidero y el estudioso fijará ahí una etapa
creadora; pero el autor, mientras viva, recordará con nostalgia esos
textos suyos e imperfectos o, cometiendo un error, pretenderá que
sean otros o que regresen.
Y nada
vuelve, nada, ni siquiera los sentimientos de alegría o de pena,
imposibles de reconstruir.
“El
viaje definitivo”, del andaluz universal, tantas veces corregido y
que podemos seguir viendo en la página de piedra que levantaron en
Niebla, dirá siempre lo mismo, coma arriba coma abajo; y nuestros
poemas, es decir, nuestra vida, nuestros aciertos, nuestros momentos,
serán parte de la obra que escribimos, verso a verso (no hay
caminos) cada día.
Por
esto, es importante quedase con la buenos momentos y, como en esa
frase de William Wordsworth, que aparece en la película “Esplendor
en la hierba”, de Elia Kazan, saber que siempre permanecerán en
nuestra memoria: "aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro
destello, que en mi juventud me deslumbraba. Aunque ya nada pueda
devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las
flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en
el recuerdo”; una manera
magnífica de resumir la instantaneidad y la persistencia, a un mismo
tiempo, del pasado y la caducidad de eso que queremos llamar
presente.
HuelvaYa.es, 21/5/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario