Cada
año, por estas fechas, me inquieta la posibilidad de que algún
cuartel general, ministerio o gobierno en funciones nos asalte con un
Parte
Oficial de Crisis, correspondiente al día 23 del mes de abril, que
pueda rezar más o menos así:
"En el día de hoy, celebración de la fiesta anacrónica de aquel soporte pesado, voluminoso y caduco que se llamaba libro y celebración en las Letras hispanas del nacimiento de Miguel de Cervantes, un recaudador metido a soldado que, por no ser ni una cosa ni otra, terminó siendo escritor (muy bueno, por cierto); y también de un afamado dramaturgo y poeta inglés, llamado W. Shakespeare, que murió aproximadamente en la misma fecha, según se mire;
Cautivo y desarmado
el ejército de lectores impenitentes que hablaban de utopías y
demás imposibles, germen de inconformismos y rebeliones; soñadores,
traviesos, que gustaban de tocar el papel, como quien acaricia una
piel, que es lo que era;
Las tropas
globalizadoras han alcanzado sus últimos objetivos: Definitivamente,
todos los sistemas educativos se configuran a partir de las
necesidades de las empresas y los seguidores de la literatura de
ficción y las filosofías han quedado reducidos a una representación
testimonial. También se ha acabado con los establecimientos
expendedores llamados librerías; y solo la ciencia y la tecnología
han triunfado.
La guerra ha
terminado.
Nueva York, a 23º
de abril. Cualquier año de una esperada victoria.
Firmado: El
pensamiento único”.
Es casi una pesadilla, pero veo una ley de mejora, dicen, de la calidad del sistema educativo, que arrincona la historia del pensamiento, que aumenta las iniciativas empresariales y emprendedoras para neófitos de trece años y que quiere que la música, el patrimonio y el griego sean optativas; y no sé qué pensar.
Menos
mal que, ya despierto, veo que se siguen organizando actos
conmemorativos, que se habla del de Alcalá de Henares y del de
Stratford-upon-Avon,
que hay libros
en las calles (y en las casas) y puestecillos ambulantes. Y que todo
lo que antecede no es más que un juego, o un sueño, como la vida
misma, de todos; también para quienes seguimos leyendo a
Aristóteles, a Góngora o escuchando a Debussy.
HuelvaYa.es,
23/04/2016
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