Hace
años, apareció en los medios una noticia especial y pintoresca: Un
joven vagabundo fue encontrado en las calles de Sheerness, un
pueblito de la isla de Sheppey, en Kent, al sudeste de Inglaterra;
nadie le conocía y, un mes después, la prensa mundial nos invadió
con reportajes cientos y un desmedido afán de las autoridades -o el
deber, supongo- de descubrir su identidad.
Finalmente,
resultó que el personaje no era un vagabundo cualquiera, sino un
pianista que no hablaba, que no tenía nada que decir, o nada más, o
nada mejor que su música, ya que cuando el enfermero de la
institución a la que se le condujo le entregó un papel y un lápiz,
creyendo que el obstáculo era el idioma, se encontró que no solo no
era una barrera, sino que dominaba el más universal de los
lenguajes, el de la música.
Así
que el pianista sin palabras dibujó una bandera de Suecia y las
ochenta y ocho teclas de un piano y, después, cuando fue llevado
ante el instrumento de la capilla del Sanatorio, se concentró y
expresó cuanto deseaba: El Lago de los cisnes. Sí,
ejecutó, magistralmente cuentan, la obra de Tchaikovsky y no paró
de comunicarse -ahora sí- durante cuatro horas.
Si
convenimos que el arte es capaz de transmitir lo que no se puede
decir con palabras, el estado del sueco melómano parecía el ideal.
Sabíamos de dónde era, lo que quería y conocíamos más de él que
de muchas de las personas con las que convivimos, ya que, con el
pudor de un código, nos había mostrado todos sus sentimientos,
aunque con el acceso restringido de la voluntad expresa, el
conocimiento y la armonía.
Por
lo menos a mí, me pareció y me parece increíble, por lo hermoso,
porque siempre hay una manera de expresarse y una actitud de
escuchar, de recibir, de conocerse, exactamente lo contrario del uso
que puede hacerse de algunas redes sociales donde se ve al sujeto,
una imagen editada, pero nada que revele quién es de verdad. Y creo
que con esa actitud del pianista silencioso, voluntaria o forzosa,
alguien estaba consiguiendo el sueño de vivir callado la propia
inmortalidad.
HuelvaYa.es,
10/04/2016
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