Es
probable que alguno de estos días se vea frustrado por la lluvia,
para quienes viven intensamente la Semanasanta: Veremos a los
costaleros, nazarenos, juntas de gobierno, hermanos, e incluso
simpatizantes llorando en las iglesias, en las puertas de los templos
o en sus casas: Con las nubes, llega el desconsuelo. Lo comprendo.
No
obstante, a pesar de ser esta celebración, como es, un alarde de
sensaciones y sentimientos, el ser humano, aun creyente, aun nacido
en el seno de unas advocaciones, aun actor de reparto de esta gran
dramaturgia debería recordar la palabra resignación y no hacer de
esos momentos el espectáculo de plañideras y derrota en que se ha
convertido.
Más
de un estudioso de la mente humana ha afirmado que para sobrellevar
con dignidad los años y las penurias de la convivencia lo mejor es
no depositar toda la satisfacción en una actividad única, es decir,
repartir los éxitos de cada día y las cosas que nos hacen felices
en distintas facetas y lugares.
Una
salida procesional, un año inútil de entrenamientos o ensayos, una
oportunidad última o primera no justifica tanto abatimiento. Los
patrimonios, centenarios a veces, merecen el respeto por encima de
las propias convicciones y no parece razonable que compitan con los
deseos individuales, las probabilidades meteorológicas, los
esfuerzos humanos y las vanidades. Una decisión basada en el temor a
que una nube loca destroce muchas años de sacrificio es más
inteligente que el apasionamiento y el riesgo, impropios de una
estación de penitencia.
Por
esto no me parece bien que se cargue contra los responsables de ese
desengaño colectivo que es no salir con la cofradía el día
señalado, sin comprender absolutamente nada y haciendo gala de esta
actitud tan lamentablemente frecuente en la Semanasanta que es,
paradójicamente, la falta de caridad.
Pero
claro, si toda la ventura radica en la pareja, en la primogénita, en
el trabajo o en la Semana de Pasión, el blanco para fracasar es muy
fácil y las armas para luchar contra el desgaste de la vida
cotidiana son muy pocas. En esos momentos es cuando hay que demostrar
si uno tiene en la cabeza algo más que el pan de cada día y si ha
aprendido a valorar lo que es verdaderamente importante, como lo es
por ejemplo, la perdurabilidad de una herencia y la abnegación de
quienes deben tomar las decisiones.
HuelvaYa.es,
20/03/2016
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