No voy a ser claro; no es necesario, pero me
reafirmo en la vieja idea de que las personas mediocres son siempre
las más peligrosas. Te encuentras con un necio o un majadero
confesos (aquí el masculino sí incluye el femenino) y, una vez
identificados, te puedes olvidar de ellos porque sabes que nunca te
van a sorprender. Si el individuo en cuestión es genial, tampoco
causará mayores problemas, ya que se presupone que la inteligencia
guiará, nos guste o no, sus actos.
La perversión, y por tanto el conflicto, aparecen
cuando el prójimo corriente y moliente, del que se espera el sentido
común propio de la adultez, irrumpe en tu vida o en tu conversación:
No hay salida, ni colores, ni matices, ni ponderaciones servirán
para lo que han sido creados, sino para la confusión y el disloque
y, probablemente, para complicar un sencillo acto de comunicación o
una relación que no pasaría de ser trivial.
La llamada comedia de enredo se alimenta de esto, de
una mezcla nociva de personajes que logran el disparate, apoyados en
el espectador omnisciente y en la semejanza, a veces peligrosa y
excesiva, con individuos del entorno o con el propio estereotipo. De
ahí que se utilice sobre todo en épocas de crisis, de atontamiento
doctrinal o de evasión.
Y en esta analogía especular cabría preguntarse si
la mayoría de los conflictos nimios no los crean los mediocres, los
tarados inconfesables que mueven ladinamente sus sillitas de despacho
cada vez que pueden molestar a alguien. Y es que se sienten
importantes. El juicio más acertado y menos técnico es que son pero
que muy pequeños, aunque su mal, la mediocridad, el “Usted no sabe
con quien está hablando” –que aún existe-, “Esto lo arreglaba
yo en dos días” o “solo nosotros tenemos la solución”
únicamente los lleva al embrollo o a la televisión, en caso de que
fuesen realidades distintas.
Quizá sea esta una de las razones por lo que las
noticias rosas y necrófagas tienen tanto interés, ya que en su
regocijo no coinciden únicamente los iletrados, sino esa especie
terrible de los analfabetos en personalidad, badulaques que, para
colmo, ostentan un cargo público o una representatividad política.
HuelvaYa.es, 13/03/2016
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