He
barajado nombres, o silencios, de todas las personas que he amado y
que amo. Y aunque ya no contribuya, como antes, al engrandecimiento
de quienes mercadean con el amor, me han entrado unas ganas locas de
comprarme un anillo de diamantes y un ramo de rosas y de casarme
conmigo mismo el ocho de abril, por ejemplo. Al fin y al cabo yo
siempre me he sido fiel, es decir, infiel.
Pero
aquí, en nuestro país, el día de los enamorados se restringe a la
pareja actual; no pasa como en ultramar donde los ridículos
corazones rojos se ofrecen a los hijos y a los abuelos e, incluso, a
la familia política; y claro, esto resta muchas posibilidades, de
manera que el público persistente en celebrar aquella feliz idea de
los grandes almacenes se reduce a los adolescentes que estrenan, o
desean estrenar un amor y a los amigos de las tardes de Canal Sur,
empeñados ambos colectivos en parecer originales, a pesar del
tópico.
A mí
la ocasión me parece oportuna para darnos cuenta de que quien
convive con nosotros es la persona que aparece en nuestros sueños y
de que en descubrirla de nuevo radica la energía, disciplina,
integridad y dedicación que nos exige la felicidad. Y aunque
regalarle bombones a la cuñada anoréxica siga siendo una crueldad
incluso en este día, no estaría de más buscar también en los
demás alguna razón por la que merezcan se amados.
Este
catorce de febrero es otro día de Navidad, convencional, carísimo y
aprovechable. La inteligencia estará, como siempre, en sacar lo
mejor de cada uno y potenciar los espacios comunes, aunque esto nos
lleve a recordar a aquellos que te amaron y a convencernos de la
importancia del amor propio. Pero, recuérdese que si el ayer es
bueno porque ha pasado; el futuro lo es más porque podemos
mejorarlo.
HuevaYa.es, 14/02/2016
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