Ya
sabemos leer. En poco más de un siglo, hemos pasado de un índice de
analfabetismo escandaloso a casi su total desaparición. No sé si
quedará algún adulto que no conozca la mecánica de la
lecto-escritura, aunque la comprensión y, sobre todo, el uso dejen
todavía mucho que desear. Sin embargo, el grado de culturización de
este país no ha ido a la par de su progreso económico y social
aunque, ahora, no disponga de los datos.
Hace
años pasé las Navidades en un pueblito de menos de cuatro mil
habitantes, que acababa de estrenar su Teatro municipal y su
Concierto navideño, Marcha Radetsky incluida. La gente había
acudido hasta completar el aforo: Las señoras se habían puesto de
gala, como un día 25 que era y habían llevado con ellas a sus
zagalillos, poco acostumbrados a los silencios. Asimismo, los papás
no habían querido que sus mayores se perdieran el evento y, así,
con un público de tres a noventa años, comenzó la función. Un
concejal hizo de anfitrión, presentador, acomodador y portero; y la
entrada fue gratuita.
Los
profesores y profesoras de la extinta Unión Soviética que componían
la orquesta de cámara esperaron una y otra vez a aquel joven que se
levantaba, a la abuelita que se cambiaba de sitio y a la familia
entera que entraba hasta treinta minutos tarde, mientras se ejecutaba
a Sviridov. Además de estas cosillas, únicamente la impertinencia
de los celulares superó la música y el interés de todos.
Sí,
ya sabemos leer. Ahora es necesario aprender que no se puede profanar
lo que nuestros demás veneran, ya sea una mezquita, Brahms o el
magnífico Bordeaux del cuñado con la gaseosa de todos los días.
Hay muchas facetas del conocimiento humano que están en decadencia,
no la telefonía móvil ni la arrogancia estúpida de los ignorantes,
pero sí los modales, el buen gusto, el comedimiento ante lo
desconocido, la humildad de no entender ni opinar de todo y el
sentido común.
De
todas maneras, como un principio, me parece muy bien emplear los
recursos públicos para que en esa localidad y en tantas otras el
concierto de Navidad, el órgano, la escolanía, la banda o las
orquestas no sean algo nuevo y, mucho menos, excepcional. Y, sobre
todo, insistir en que hay otras sensibilidades, gente que lee y que
vitorea un gol, músicas de cámara y de rock, patatas fritas y
ostras, amores que no se comprenden y que son pura verdad, seres tan
humanos como cualquiera, pero diferentes y, casi siempre,
respetables.
HuelvaYa,
3/1/2016
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