Eso de cambiar todos los
relojes de una casa para que suenen a otra hora, simular un ataque de
caspa, colgar el muñequito o rellenar el azucarero con sal no son
inocentadas. Ni el intercambio de alcaldesas entre Madrid y
Barcelona, ni las noticias deportivas a las que no se les puede
añadir el adjetivo disparatadas, o el club de la comedia popular
(léase la CUP). La vida, nosotros, sí que nos gastamos bromas, a
veces demasiado pesadas, durante los restantes días del año, aunque
solo seamos conscientes de que podemos ser objeto de ellas el
veintiocho de diciembre.
Porque a ver si no son
inocentadas la subida de las pensiones en comparación con el IPC,
las reformas habidas y las anunciadas, los casos de la corrupción
que no cesa ni los cesan, el premio al exministro Wert (a nadie le
sentó tan bien un prefijo), su ley y su recuerdo, los trapicheos
postelectorales; y la pobreza.
A ver si no son
inocentes quienes piensan que las enfermedades graves les llegan a
los demás, que todos los hombres y mujeres somos iguales en derechos
e iguales ante la ley, que detrás de los grandes genios no hay
grandes egoístas, que potenciar las cuotas femeninas favorece la
igualdad, que los demás están siempre equivocados o que ha existido
alguna vez una verdadera tregua de navidad.
¿Acaso no es una gran
inocentada hacer creer que se sigue enamorado como el primer día,
que los mejores escritores son quienes más venden, que es
imprescindible el amor para casarse, que las frustraciones eróticas
son siempre culpa del hombre inexperto, que únicamente se educa en
las casas o, peor, en el cole, que el cine español es malo, que el
amor lo puede todo y que el idealismo es cosa de la edad?
Vivir, simplemente
vivir, sí que es, casi siempre, una inocentada; y muchas veces nos
coge desprevenidos y nos la pega.
HuelvaYa.es,
30/12/2015
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