No
entiendo por qué hay que estar a favor o en contra de la Navidad.
Guste o no, nos reunimos con la familia y los amigos, hacemos compras
y disfrutamos de algunos días de vacaciones. También eso son las
navidades, pese a que no se celebre ningún nacimiento y se hayan
desterrado el portal y sus majestades de Oriente que, por otra parte,
están como para fiarse de ellos.
Se
haga lo que se haga, estas fechas unen a las familias unidas,
justifican negocios y deseos, remueven la memoria, decoran
barrocamente las calles y recuerdan a todos que hay quienes viven en
la indigencia, están enfermos, o solos, o están haciendo una parada
ridícula en sus actos de guerra.
En
los años setenta, durante la guerra del Vietnam, Bob Hope fue a
distraer a los soldados americanos que habían dejado de matar
vietnamitas por unos días y, en 1990, Marta Sánchez y Olé Olé
actuaron ante la tripulación de la fragata española Numancia,
destacada en el golfo Pérsico. Los brindis en el campo de batalla se
han repetido otras veces aunque, contradictoriamente, lo que se ha
repetido más es la palabra paz escrita con bombillitas en las calles
e impresa en las felicitaciones, incluso por los que ciegamente han
apoyado ya un probable conflicto armado y por los que piensan
participar en él.
Las
treguas son así, uno cree que se olvida, que todo puede cambiar
después del último día, del último sorbo. De hecho, las navidades
son en sí mismas una pausa de la que se espera despertar más ricos,
más descansados, con mejores intenciones y más felices, pero las
ilusiones se les acaba a los niños el día siete y a los adultos
poco después, cuando con mucha salud se vuelve al mismo trabajo, a
los mismos problemas y a la misma realidad, con Irak, Siria,
terrorismo y violencias machistas.
De
cualquier forma, todas las guerras, especialmente las interiores,
merecen un paréntesis, por si mientras tanto se consigue
reflexionar.
HuelvaYa.es,
13/12/2015
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