Algo me debe de estar
pasando, porque este bamboleo de candidatos por los medios cantando,
bailando, hablando de sus familias, de sus aficiones y jugando a lo
que surja, pues no me disgusta. Obviamente no me aportan nada y los
veo poco, porque me también cansan, pero el que dirigirá el país
será el otro, el calculador, el narcisista, el sabelotodo o el
flemático. Así que como diversión, está bien, para quien le
valga, pero la campaña es otra cosa.
Nos hacen recordar que
son seres como los demás, más limpios porque han sido escrutados
con todo detalle y, aún así, parece que no tienen un pasado
amarillista pero, como los demás, cuando hay que gobernar, las cosas
cambian y ellos también.
Como se sabe, el obrar
puede tener dos implicaciones por lo menos, una personal que
satisfaría a cualquier persona coherente, pero privada y otra
pública, cuando se ejerce desde esa perspectiva; y aquí ya se
mezclan factores de bondad o de maldad, de conveniencia y de
estrategia; no se trata entonces de actuar como se hubiera hecho sin
esta responsabilidad colectiva, sino que aparecen la ética, el
compromiso y el dudosa idea del bien común.
Quien representa a sus
votantes debería llevar y traer al y del parlamento las inquietudes
y necesidades de sus representados, pero esto no sucede porque, una
vez elegidos, una entidad que creen superior les engulle: el partido,
el grupo y la disciplina de voto. Es decir, la persona que encesta o
que juega al futbolín, quien baila o canta o nada como un campeón
quedará anulada por los conceptos anteriores que, en la mayoría de
las ocasiones, no podrá decidir.
Mientras no se cambie la
ley electoral y se camine hacia unas listas abiertas, esta pantomima
de las campañas y las urnas no dejará de ser un bonito ejercicio de
una democracia menor, que celebraremos especialmente quienes antes no
hemos disfrutado de ella. Y, por supuesto, una manera diferente de
llenar los estudios de televisión.
HuelvaYa.es, 5/12/2015
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