Decía
Hölderlin que ”el hombre es un dios cuando
sueña [y] un mendigo cuando piensa” y añado que, como la
exigencia habitual es mantenerse con los pies en la tierra y actuar
más con la cabeza que con el corazón, se ha encomendado la tarea de
soñar a quienes son capaces de encontrar un lenguaje y, después,
compartirlos.
El
apasionado del equipo de fútbol vive en sus jugadas toda la ilusión
que no consigue en otro lugar, el melómano goza, la adolescente se
transfigura con su música, el adulto revive; el lector, recrea. Y,
obviamente, hay quienes logran emociones en los distintos ámbitos
sin exclusiones: musicales, deportivos, literarios; y humanos,
solidarios y afectivos.
Se
podría decir que estas actividades tienen la delicada misión de
dirigirse a esa parte del conocimiento o de la sensibilidad que son
el complemento del yo auténtico; y que los encargados de dar forma
para el consumo a estos sentimientos, emociones, historias
fantásticas, pensamientos o ideas son los artistas, los deportistas
y, en general, quienes son capaces de trasmitirlos.
Pero
los sujetos de estas obras no deberían mezclarse con los productos
que se admiran. El autor y el producto son entidades distintas,
aunque en algunos casos la vida del primero pueda condicionar el
resultado del segundo: Da igual que Cervantes perdiera un brazo, o
que ese goleador, aún por aparecer, sea gay; da lo mismo que
Schiller necesitara olor a manzanas podridas para provocar su
inspiración o que Balzac se vistiera a veces de monje para escribir,
o que nuestro Juan Ramón Jiménez fuera tan difícil como hombre. Lo
importante es el legado que nos han dejado o que nos dejan.
La
confusión abarca desde los manuales académicos, inundados aún de
datos biográficos no relevantes, hasta la costumbre nociva de querer
conocer al autor que se admira, al locutor cuya voz nos conquista o
los detalles personales de creadores que solo aportarán, muchas
veces, una decepción innecesaria o un malditismo sin fundamento. Ser
humano y obra, origen y producto son realidades diferentes,
relacionadas o condicionadas,
pero distintas.
Ahora
sí, la obligación es soñar, creer que volamos, que vencemos, que
somos lo que queremos o tememos ser, que siguen vivos nuestros
recuerdos y nuestras aspiraciones; y no debería importar qué los
origina o quienes los transforman en letras, en sonidos, en imagen,
en momentánea realidad y en belleza.
(HuelvaYa.es, 02/05/2015)
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