Con
respecto a los sucesos del IES Joan Fuster de Barcelona, el honor
lamentable de entrar a formar parte de la relación de asesinos
jóvenes de este país nos está distrayendo de dos realidades del
mismo hecho delictivo: Primero la identidad de la primera víctima,
si consideramos la vida como el valor supremo, que es el profesor; y,
con su publicidad, el reconocimiento que merece.
Entre
las flores y velas de la puerta del instituto hay una carta que reza:
Abel,
gracias por esta semana contigo y por tus enseñanzas. Lástima que
todo haya acabado así. Nos has protegido hasta el final y has sido
muy valiente. Siempre recordaré tu valentía y tus conocimientos.
Siempre te recordaré. Un beso, Ainhoa, 2º A,
pero no es una alumna en particular quien debe recordarle y mandarle
un beso, sino toda la comunidad, no solo educativa, quien debe
agradecer y valorar el gesto de otro docente que, por encima de las
precauciones que cada vez se exigen más en esta profesión, decidió
hacer lo que debía, no lo que se aconsejaba, probablemente.
En
segundo lugar, el propio homicida, aunque con esa elaboración
casera de la ballesta, la posesión del machete y los preparativos
del molotov la categoría de sus actos quizá debiera ser otra. Este
niño podrá estar eximido de responsabilidad penal, pero hay que
hacerle un seguimiento especial y vitalicio.
No
creo que sus antecesores en el horror: El chico de la katana, las
brujas de San Fernando, el asesino del rol, el Rafita, Miguel
Carcaño, el descuartizador de Cádiz y otros criminales comenzaran
sus andaduras de malhechores de la noche a la mañana, en un brote.
No creo que la maldad surja de repente, sin que se haya manifestado
en algún otro sitio y en otro momento; y creo que, como en los
delincuentes irredimibles, esa actuación se podía haber visto
venir; y no hablo del centro educativo, sino de la casa, de la
escuela primaria, de la familia, del barrio, de los amigos. Es más,
podría estar relacionada con la difusión del propio adjetivo
"inimputable".
Muchas
veces, olvidamos que quienes empiezan a ser rechazados desde la
infancia y fracasan una y otra vez y mantienen sus comportamientos
disruptivos y escándalos son el terreno abonado para que los muertos
vivientes o los actores del "pressing catch" les inunden su
escaso o deteriorado cerebro.
Y
muchas veces no se puede hacer nada, porque la desgracia, como la
fortuna, es caprichosa.
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