Me sigo preguntando desde
el sábado por la tarde si una feria del libro es lo que se ha
instalado en la plaza de las Monjas de Huelva, en esta edición de
2015, con casetas pequeñas, inhabitables, parcas y arrinconadas en
uno de sus márgenes.
Lo que yo entiendo por
Feria del Libro es otra cosa. Creía que era una concentración de
productos, mucho mayor en importancia y exposición que las
habituales, en lugar y fechas señalados, para disfrute,
acercamiento, sugestión de compra y amor al objeto; en este caso, el
libro.
Pues, si exceptuamos la
caseta de la Diputación, que ha colocado dos mesas y unas sillas con
libros para consultar, tocar e insinuar, lo demás, las demás son de
una simpleza que más que atraer, espanta.
No es que falten
ejemplares de todo, sino que en los escasos puestos, por los que no
se puede andar, ni entrar, ni mirar casi, la decoración es tan
insuficiente, que no existe llamamiento, convocatoria, ni reclamo
alguno; no sé si afortunadamente.
También está, buscando
solemnidad, el espacio central, colocado a un lado en este caso,
donde se celebrarán los actos y presentaciones de libros, muy bien
equipado, aunque sobraría el agente de seguridad con esposas en la
puerta, impropio de donde se concita la cultura. Y la plaza, sin nada
que huela a libros, como siempre, con su convento de las Agustinas,
el antiguo Hotel París, el Banco de España, la salida a las calles
peatonales y a la Gran Vía. Y la fuente.
Pero es que la Feria del
libro debería haberse convertido en la protagonista del centro de la
ciudad, no ser un accidente, mientras se pasea.
Espero que la semana me
desmienta y la afluencia, las evocaciones, los autores y los jóvenes
me dejen en mal lugar, seguramente por haber elegido para asistir el
día y la hora equivocados.
(HuelvaYa.es, 19/04/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario