Hace años,
leía en un diario de Sevilla: “Cultura expedienta una obra de
Menéndez Pelayo” y aunque desconozco los análisis reólicos de
superficie, he leído algo del erudito cántabro y me eché a
temblar. ¡Claro!, se refería a la calle de ese nombre, como podría
haber inferido del antetítulo: ”Por presuntas infracciones contra
el patrimonio arqueológico”; además, después se aclaraba todo y
se incluía en las páginas locales.
Parece que
los libros de estilo, aun necesarios, siguen cogiendo polvo en las
estanterías, porque en cualquiera de ellos se dice que los titulares
han de ser inequívocos, concretos, accesibles y varias cosas más.
La verdad es que, como el medio en que salía gozaba de mis
preferencias, me extrañé momentáneamente; aunque para extrañezas,
el grado de perversión al que ha llegado el español en la prensa
escrita hispanoamericana:
“Ficrea, lavadora de dinero, consideran expertos” o “Caída del crudo pega
a la balanza de Pemex”, hoy en El
Universal,
de México; “Terminó crisis con 4 rehenes muertos en París.
Abatidos terroristas”, en La
Opinión, de
Colombia”; “Muestran desinterés por los cortadores de caña de
Los Reyes”, en La Voz,
de Michoacán; “Reanudarán el diálogo para la reforma del Código
Laboral”, en Listín Diario,
de República Dominicana; “General cumple pena de arresto a rigor
por sus dichos”, en La República,
Montevideo.
Las
características más comunes son la inversión del orden natural
sujeto-verbo, la omisión de los artículos y, sobre todo, el
alejamiento de la claridad y de las normas elementales de nuestra
sintaxis, que es la de ellos todavía.
En España
se pueden encontrar titulares ambiguos, pero no se roza este
descalabro; sin embargo, no quiero cantar victoria, no vaya a ser que
abra algún medio escrito y me encuentre con el título de una
película, una canción, un refrán o una frase hecha para
desarrollar después una idea distinta, que esa es otra.
Y todo lo
anterior para no repetirme y, tras comentar la barbarie, concluir con
que moi, je suis Charlie, aussi.
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