Corrían
los años setenta e intentábamos recitar en la radio “Caballero
solo”, un poema que Pablo Neruda incluye en Residencia en la
tierra, pero nos desautorizaron el guión. Cuando les decíamos
que habíamos comprado ese libro en una liberaría de la calle
Concepción, nos respondían: claro que ese libro está en los
establecimientos locales, pero esas publicaciones de Losada no las
lee nadie y esta emisora se oye en toda la provincia; ¿acaso no es
bastante que habléis siempre de los mismos poetas rojos? Y sí, por
lo visto, era bastante.
Callaron
las “palpitantes ostras amorosas” y, más tarde, Franco murió,
sus censores cambiaron de papeles y, curiosamente, ocho lustros más
tarde, los enamorados siguen gustándose cuando callan, pueden
escribir los versos más tristes cada noche de desamor y el general
sigue sin levantarse.
En
el poema se narraba lo que los seres humanos hacían en 1925 y han
hecho siempre, aunque para revivirlo, había que ir a comprar la
obra, decidir leerla y, por supuesto, hacerlo en la intimidad. Con la
prohibición, no consiguieron que dejáramos de crecer con Neruda y
que cuando ya se han cumplido ciento diez años de su nacimiento
sigamos recordándola y recordándolo.
Los
libros de poemas no escandalizan ya a nadie, aunque se griten, porque
los escándalos están en otra parte que únicamente la verdadera
censura, que es la personal, puede evitar. De nada vale quejarse de
una moral colectiva que no existe, o pedir que, en vez de ideas
políticas, se desautoricen ahora otro tipo de guiones, porque la
zafiedad es también una manera de pensar el mundo.
Desde
mi punto de vista, la única moral posible es la individual y esa
otra que se nos quiere imponer como colectiva es, sencillamente, una
coincidencia de intereses. Así que dejemos la ceguera para las
dictaduras y empecemos a asumir, con todas las consecuencias, el
gozoso coste de la libertad.
(Huelvaya.es, 13/12/2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario