Para quienes no hayan
vivido en época de censuras, algunas anécdotas sonarán a
exageraciones o a una imaginación grande e interesada, pero no es
así: en este mismo país que ahora celebra una Constitución
vacilante, pero que permite una convivencia pacífica, sin que nadie
nos diga qué pensar y posibilita que pueda oírse del mismo hecho
una versión y su contraria, hubo una censura y unos censores que
metían sus narices en todo e imponían una moral pública y
colectiva.
Como suele ocurrir,
cuando se acabó la dictadura, los ciudadanos democráticamente
adolescentes quisieron desquitarse de inmediato de los años de
represión y, entonces, se perpetró el primer cine basura, la
primera prensa basura y la televisión, de la que aún no nos hemos
librado, aunque por motivos diferentes.
Hasta principios de los
setenta no se podían reunir más de cinco personas sin ser
sospechosas, las carteleras que se exhibían eran maquilladas y el
sexo seguía siendo la gran obsesión.
En mi mundo particular,
veía a mi padre llegar más tarde a casa antes de cada estreno de
una película, porque era preceptivo proyectarla previamente para el
censor y se hacía por la noche. Por su discreción, no comentaba
nada, pero con mis años, empecé a comprender y a sufrir lo que
significaba. Es más, cuando mis amigos y yo, ya mayorcitos,
comenzamos a dar recitales de poesía, siempre había un par de
señores grises, en todos los sentidos de la palabra, que acompañaban
a nuestra exigua concurencia; y cuando se representaban obras de
teatro, incluso de jóvenes (especialmente, imagino), exigían estar
en el ensayo general y corregían. Vamos que si corregían,
prohibieron este verso “en la conciencia oculta de un Estado”, de
Juan A. Guzmán, aunque después, ya nos la arregláramos nosotros
para decirlo, que entonces no se usaban grabadoras ni teléfonos
móviles.
En esa etapa intensa,
había que autorizar los guiones de radio, los poemas de las lecturas
en Saltés, las obras de A.S.P.I.T y Tespis, refugiarse en los
cinefórum y tener cuidado para no sorprenderse con las noticias:
“Descubierto un grupo poético en Huelva”, fue un artículo que
firmaba el periodista Joaquín Mejía, en Odiel y que
subtitulaba “Se reúnen cada sábado como los brujos en su
aquelarre”. A más de uno le dio un vuelco el corazón, cuando leyó
político en vez de poético y se enteró de que se veían en el bar
Las Columnas.
(Huelvaya.es, 06/12/2014)
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