Este mes de noviembre nos ha dejado, entre otras
conmemoraciones, la de don Juan Tenorio, la obra literaria del siglo
diecinueve que ensalza la figura de un embaucador.
Como se sabe, los donjuanes que en las artes han sido
representan personajes crueles, chulescos, bribones y perversos y,
desde la obra de Tirso de Molina “El burlador de Sevilla y
convidado de piedra” (1630), pasando por Molière (1665), Da Ponte
(1787) o Zorrilla (1844), sus ligeras variaciones no alejan a su
protagonista de la categoría de canalla.
En todas estas obras y alguna otra, como la inacabada de
Lord Byron (1824), existe una intención moralizante que termina con
la muerte del rufián, como conclusión de que quien se comporta como
un depravado ha de encontrar su castigo justo; en todas, excepto en
la de José Zorrila, donde, con la misma intención, exalta el poder
de un amor verdadero que lo redime y lo salva eternamente.
Seguramente, unos intentaban inculcar que el arrepentimiento no es
suficiente, como Tirso; otros, como Molière, que se puede ser ruin,
pero ingenioso e inteligente; otros incardinarlo en lo cómico y
burlón, como Da Ponte y, otros, trasmitir un mensaje eminentemente
religioso, como Zorrilla.
En cualquier caso, el perfil de este personaje podría
ser el de un varón alto, moreno, enigmático, halagador, con notable
sentido del humor, directo, con experiencia, que se ofrece para
seducir a una mujer joven o no, soñadora, insatisfecha o,
simplemente, femenina (no incluyo culto, porque mis informadoras me
han dicho que no era necesario, si lo suplía con locuacidad).
Como se ve, no tiene nada que ver con quienes alardean
de conquistadores irresistibles, ni con los galanes provectos que se
alimentan de nostalgia. Se trata de un caballero (es un decir)
desenvuelto, faldero y audaz.
Estas "cualidades" conviven con otros rasgos
no tan positivos: El donjuán del diecisiete o del diecinueve, como
el del veintiuno es, sobre todo, un farsante. El lector o el
espectador acepta su falsedad como parte indispensable de un juego
que se ha dado en llamar seducción; y, como en ese juego todos hemos
participado alguna vez, la anuencia se produce con mayor facilidad.
Y es que es un hecho que las parejas primerizas se
engañan con atenciones y vigores que no se mantendrán y las
actitudes y las costumbres arrebatadoras se irán olvidando, como
algo que se escapa, con la mayor naturalidad. Eso sí, se trata de un
engaño menor, descafeinado, porque no se es consciente de que se
está faltando a la verdad, es una estafa pequeñita e involuntaria y
en esto nos diferenciamos de los donjuanes y doñajuanas, que sí
conocen y presumen de su condición de burladores.
Parece evidente que con la excusa de la falta de tiempo,
de los hijos o de los recursos se olvidan las promesas y las
alabanzas; las curvas de la felicidad aparecen como eufemismos de que
son más importantes la cerveza y la comodidad que gustar a la pareja
y llega, entonces, la justificación del abandono físico como
capricho de la naturaleza o como aplicación interesada de ley de la
gravedad.
Que el mito del tenorio sigue vivo es un hecho. En
cuanto a lo encantador y en cuanto a lo impío. Desde niños, debemos
disimular si queremos que nos acepten en un grupo, triunfar en el
trabajo o hacernos querer por los compañeros; en ocasiones, debemos
fingir que somos mejores de lo que somos en realidad, si no queremos
espantar a quienes se acercan a nosotros sin pretensiones, o con las
pretensiones de ser felices. Hay que seducir siempre.
Cuando nuestro “oscuro
objeto de deseo”
nos presenta a su cónyuge, las comparaciones son inevitables: Parece
injusto que quien ha protagonizado tantos sueños pasee con alguien
que creemos que no lo merece. Y podrá ser cruel, pero es justísimo,
porque la ley humana del apareamiento no funciona por concursos
abiertos de méritos sino por oportunidades, por estar en el lugar
exacto en el momento exacto. En definitiva, como todo; de aquí que
las estrellas y los galanes domésticos disten tanto de los
literarios y cinematográficos.
En noviembre se conmemora la obra de Zorrilla y también,
con motivo de las reflexiones que nos sugieren los personajes
inmortales, se nos recuerda que el enamoramiento es algo misterioso e
inexplicable y que el mejor perfil de nuestros mitos de seducción
debería ser: Hombre o mujer sanos. Y no siempre. Lo demás debe de
ser cosa del azar o la fortuna.
De todas formas,
mientras gira la rueda caprichosa, a mí me gustaría confundir, cada
día, la ficción seductora con la realidad y, aun alejándome de las
doñajuanas, dejar constancia de mi disponibilidad para que me
siguieran engañando interminablemente.
(HuelvaYa.es, 29/11/21014)
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