No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


sábado, 29 de noviembre de 2014

Engáñame otra vez



Este mes de noviembre nos ha dejado, entre otras conmemoraciones, la de don Juan Tenorio, la obra literaria del siglo diecinueve que ensalza la figura de un embaucador.
Como se sabe, los donjuanes que en las artes han sido representan personajes crueles, chulescos, bribones y perversos y, desde la obra de Tirso de Molina “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” (1630), pasando por Molière (1665), Da Ponte (1787) o Zorrilla (1844), sus ligeras variaciones no alejan a su protagonista de la categoría de canalla.
En todas estas obras y alguna otra, como la inacabada de Lord Byron (1824), existe una intención moralizante que termina con la muerte del rufián, como conclusión de que quien se comporta como un depravado ha de encontrar su castigo justo; en todas, excepto en la de José Zorrila, donde, con la misma intención, exalta el poder de un amor verdadero que lo redime y lo salva eternamente. Seguramente, unos intentaban inculcar que el arrepentimiento no es suficiente, como Tirso; otros, como Molière, que se puede ser ruin, pero ingenioso e inteligente; otros incardinarlo en lo cómico y burlón, como Da Ponte y, otros, trasmitir un mensaje eminentemente religioso, como Zorrilla.
En cualquier caso, el perfil de este personaje podría ser el de un varón alto, moreno, enigmático, halagador, con notable sentido del humor, directo, con experiencia, que se ofrece para seducir a una mujer joven o no, soñadora, insatisfecha o, simplemente, femenina (no incluyo culto, porque mis informadoras me han dicho que no era necesario, si lo suplía con locuacidad).
Como se ve, no tiene nada que ver con quienes alardean de conquistadores irresistibles, ni con los galanes provectos que se alimentan de nostalgia. Se trata de un caballero (es un decir) desenvuelto, faldero y audaz.
Estas "cualidades" conviven con otros rasgos no tan positivos: El donjuán del diecisiete o del diecinueve, como el del veintiuno es, sobre todo, un farsante. El lector o el espectador acepta su falsedad como parte indispensable de un juego que se ha dado en llamar seducción; y, como en ese juego todos hemos participado alguna vez, la anuencia se produce con mayor facilidad.
Y es que es un hecho que las parejas primerizas se engañan con atenciones y vigores que no se mantendrán y las actitudes y las costumbres arrebatadoras se irán olvidando, como algo que se escapa, con la mayor naturalidad. Eso sí, se trata de un engaño menor, descafeinado, porque no se es consciente de que se está faltando a la verdad, es una estafa pequeñita e involuntaria y en esto nos diferenciamos de los donjuanes y doñajuanas, que sí conocen y presumen de su condición de burladores.
Parece evidente que con la excusa de la falta de tiempo, de los hijos o de los recursos se olvidan las promesas y las alabanzas; las curvas de la felicidad aparecen como eufemismos de que son más importantes la cerveza y la comodidad que gustar a la pareja y llega, entonces, la justificación del abandono físico como capricho de la naturaleza o como aplicación interesada de ley de la gravedad.
Que el mito del tenorio sigue vivo es un hecho. En cuanto a lo encantador y en cuanto a lo impío. Desde niños, debemos disimular si queremos que nos acepten en un grupo, triunfar en el trabajo o hacernos querer por los compañeros; en ocasiones, debemos fingir que somos mejores de lo que somos en realidad, si no queremos espantar a quienes se acercan a nosotros sin pretensiones, o con las pretensiones de ser felices. Hay que seducir siempre.
Cuando nuestro “oscuro objeto de deseo” nos presenta a su cónyuge, las comparaciones son inevitables: Parece injusto que quien ha protagonizado tantos sueños pasee con alguien que creemos que no lo merece. Y podrá ser cruel, pero es justísimo, porque la ley humana del apareamiento no funciona por concursos abiertos de méritos sino por oportunidades, por estar en el lugar exacto en el momento exacto. En definitiva, como todo; de aquí que las estrellas y los galanes domésticos disten tanto de los literarios y cinematográficos.
En noviembre se conmemora la obra de Zorrilla y también, con motivo de las reflexiones que nos sugieren los personajes inmortales, se nos recuerda que el enamoramiento es algo misterioso e inexplicable y que el mejor perfil de nuestros mitos de seducción debería ser: Hombre o mujer sanos. Y no siempre. Lo demás debe de ser cosa del azar o la fortuna.
De todas formas, mientras gira la rueda caprichosa, a mí me gustaría confundir, cada día, la ficción seductora con la realidad y, aun alejándome de las doñajuanas, dejar constancia de mi disponibilidad para que me siguieran engañando interminablemente.


                   (HuelvaYa.es, 29/11/21014)

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