No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


domingo, 23 de noviembre de 2014

Carmen de Vallecas

       Hay cosas que se deben hacer fríamente, sin alma, pero gobernar no es una de ellas. Admitidos el no rescate, la prima de riesgo y la recuperación como partes de un paisaje que no conocíamos; y valorado lo que se pueda valorar de una gestión funambulesca, la realidad es que Carmen, la anciana de ochenta y cinco años de Vallecas, no debería aparecer en las noticias, sino porque le haya tocado un premio de la lotería.
       Permanecer inertes ante un caso como el de esta mujer que avaló a su hijo, sin saber bien lo que hacía, o sabiéndolo, y a la que se le reclama una minucia, comparada con lo que la mayoría de los representantes de la soberanía nacional gasta en viajes opacos, almuerzos opacos o gestiones opacas es la muestra evidente de que la carrera de San Jerónimo se eleva por encima de Madrid y sube a un cielo, desde donde no se distinguen a las humanas hormigas.
      Los futbolistas del Rayo que, en su mayoría, ni siquiera son del barrio, ni han nacido allí, ni llevan medio siglo en esos pisos pequeños, ni se han dejado las uñas trabajando en la espiga, han respondido con un contraataque veloz y le han marcado un golazo por la escuadra al equipo de galácticos que entrena ahora Rajoy.
       Hace unos meses, en otra liga, cuarenta y seis millones de españoles salvamos el llamado sistema financiero y he aquí que uno de estos grupos de la banca redimida ha ido a mangonearle a Carmen, a Vallecas, a Madrid y a todos nosotros.
     He de reconocer que no estoy indignado sino que, fríamente, digo que hay que cambiar al entrenador y a toda la plantilla que entrena en la Moncloa y hacer nuevos fichajes, para que podamos confiar en un equipo nuevo que, como el Rayo, sepa estar a la altura de las circunstancias y se entere de que dirigir una nación es también mirar a la gente a sus caras, de que llevar la batuta es comunicarse con los músicos, de que manejar el timón es hacerlo con la cabeza alta y sin hacinar a los desamparados en las bodegas.
        Gobernar sin alma no es gobernar.


                                       (HuelvaYa.es, 23/11/2014)

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