No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


domingo, 16 de noviembre de 2014

De fútbol y literaturas


Me han contado que los premios Nobel de literatura Pablo Neruda (1971), Gabriel García Márquez (1982), Naguib Mahfouz (1988), Camilo J. Cela (1989), Kenzaburo Oé (1994), Günter Grass (1999), Mario Vargas Llosa (2010) y otros autores como Joan Brossa, Rafael Alberti, Vladimir Nabokov, Miguel Hernández, Humberto Eco y Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo, eran o son aficionados al fútbol, aunque sin definir exactamente el término aficionado. Algún artículo, algún ensayo, algún relato e incluso algún poema se les escapó para glosar las aventuras de los peloteros y de sus campos de batalla. Alguna vez dirían por escrito que eran del Boca o del Cádiz, o utilizarían esa disciplina para enmarcar una denuncia social, como el egipcio Mahfouz o el barcelonés Vázquez Montalbán, aunque para esto el boxeo, como se sabe, ha dado mucho más juego.
No obstante, que el escritor profesional pueda ser a la vez no un observador que utiliza un entorno determinado y sus protagonistas para producir una más de sus obras, sino un seguidor sectario de eso que llamábamos balompié parece poco probable; y no escribo imposible, por tratarse de escritores, gente rara, capaces de cualquier excentricidad.
Hablo de escritores y no de otros oficios o maneras de vivir el tiempo. No, no creo que sean compatibles el delirio fangoso y gritón, la perennidad de la infancia con todos sus defectos y todas sus disculpas, con el ejercicio, no sé si más saludable, de darle corporeidad a las ideas para que vuelvan, a través de la palabra, a disolverse en otras almas.
Obviamente, hay excepciones: Blue Jeans, novelista muy cotizado por las adolescentes es bético confeso, A. García Barbeito, sevillista carpetovetónico y algunos más pero, como escribió Jorge Luis Borges, tras la final de 1978 en la que su país ganó la Copa del mundo: ”¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”. Eso es estar ciego.
La teoría excluyente que formulo es que quien identifica la vida con una camiseta, no encuentra lugar entre escupitajo y odios rivales para escribir con sentido; y lo afirmo sabiendo que hay buenas obras sobre la hierba verde y los calzoncillos: El delantero centro fue asesinado al atardecer, de Manuel Vázquez Montalbán (una de las novelas de la serie “Carvalho”); parte de Mi siglo, de Günter Grass; El fútbol, mitos, ritos y símbolos, de Vicente Verdú; San Isidro, Fútbol, de Pino Cacucci; y otras muchas pero, en ninguno de estos casos, la persecución extenuante del balón deja de ser únicamente el pretexto, o simplemente algo de lo que hablar. Ni siquiera El hijo del futbolista, del onubense Coradino Vega tiene que ver estrictamente con el fútbol. Como dijo Henning Mankell, “un buen partido es una buena historia”: Con esto sí estoy de acuerdo.
Otra cuestión es la figura del escritor deportista y viceversa. Aquí sí que hay nombres y testimonios convincentes. El premio Nobel Albert Camus fue portero del Racing Universitaire de Argel; algunos futbolistas dedican su tiempo libre a escribir con regularidad y, en otros deportes, me consta que magníficos poetas han practicado esgrima, yudo, rugby o balonmano. Hacer deporte dicen que es sano, y no seré yo quien lo contradiga, por ahora al menos, pero gritar como un energúmeno, celebrar como si te hubiese tocado la lotería que un equipo no baje de categoría o le gane al rival, poner en peligro la estabilidad familiar o laboral porque un niñato maleducado y presumido haya acertado o no a meter la pelotita entre los palos, no me parece compatible con las ensoñaciones regladas de la literatura.
Hasta aquí llega mi opinión sobre las criaturas capaces de crear una obra literaria y el fútbol capaz, como se sabe, de parar corazones y de producir algo parecido a la felicidad. También es verdad que mis datos no son demasiados y en absoluto imparciales, pero vivo, hablo, tengo amigos y cuñados, frecuento la diversidad de los seres humanos y sigo estudiando cómo se elabora, gesta, produce, vive y se alumbra un libro bien armado, sólido, sin resquicios y me parece que no se puede estar pendiente de los errores de Ronaldo mientras tu Ana Ozores, tu Zalacaín, tu Augusto Pérez, la viuda de Mario e incluso tu Gran Gatsby esperan que les resuelvas también sus vidas.
De todas formas, también es verdad que el fútbol es más barato y, en general, menos peligroso que otras drogas (esto que nos ahorramos con respecto a los artistas de principios del siglo XX), que sirve para sublimar los problemas personales y que genera puestos de trabajo para honestos jardineros, taquilleros y fisioterapeutas. Asimismo, hace que las ciudades y las familias sin historia puedan sentirse orgullosas, que los niños contribuyan a la renovación del mobiliario urbano y que nuestra picaresca y los tópicos de alemanes, brasileños, ingleses e italianos no hayan muerto del todo, aunque aquel de la furia española esté ya casi olvidado.
Confieso, a pesar de todo, que me intereso por los resultados del Recre y que tengo un corazón moderadamente blanco que no me impide disfrutar de la rotundidad de Mascherano, pero tampoco he escrito todavía Cien años de soledad.


                                                                  (HuelvaYa, 16/11/2014)

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