Una de las claves del triunfo del Don Juan de
José Zorrilla es que su protagonista resulta, en el fondo, una buena
persona. Utiliza a las mujeres como piezas de una colección, las
engaña, discute estadísticamente con don Luis sobre cuál de los
dos tiene un historial más perverso pero, al final de la obra, es
decir, de su vida, se arrepiente de haber sido un tarambana y se
redime por el amor de doña Inés.
Hasta la fecha, no existe el pepecarvalhismo, ni el
faustismo, ni siquiera el juandemairenismo, pero sí donjuanear, el
donjuanismo y lo donjuanesco. Este donjuán libertino, faldero y
calavera, pero con la delicadeza necesaria como para no revelar los
detalles íntimos de sus conquistas, sigue estando más de actualidad
que la propia obra literaria que ha quedado, a pesar de sus numerosas
representaciones, como testimonio de una forma de pensar y de una
estética propias de un siglo definitivamente superado.
Donjuanes,
bradomines, dráculas y mañaras, embaucadores de género, incapaces
de amar, según Papini; o enamorados de una sola mujer, según
Zorrilla; hiposexuales, según Sacha Nacht; fascistas del amor, como
decía Fellini del Casanova; o inventores de una pasión por muy
destinada que esté a convertirse en desgracia; vivos, pese a sus
ciento
setenta años recién
cumplidos, si es que no fechamos su origen en El
Burlador de Sevilla,
de Tirso de Molina, en la primera mitad del siglo XVII.
Como
en cualquier mercado, mientras exista la demanda existirá el
producto. En la literatura ha inspirado personajes de Corneille,
Molière, Rostand, Lord Byron, Dumas, Bernard Shaw, Valle Inclán,
entre otros; y para la
encarnación de la forma de actuar que representa sigue habiendo
demandantes, no ingenuas campesinas o novicias, sino mujeres libres e
informadas, capaces de reivindicar el papel y el término de
doñajuana, mientras piden al cielo que su donjuán particular se
arrepienta, como en la obra de Zorrilla, aunque sea en el último
momento.
(Varios medios y HuelvaYa, 08/11/2014)
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