Alguien que piensa huir
de Barcelona el día nueve de noviembre, por no ver su ciudad tomada
por el despiporre, me contaba que por no ser nacionalista de senyera
y barretina la habían insultado y que le espetaban, con total e
incalculable incultura, que por qué su hija había estudiado baile
español. Sí, supongo que, entrando al detalle, seguirían
amonestaciones como que por qué el rioja, o el pulpo, o Velázquez y
todos esos casi africanos. No exagero. La ignorancia, rayana en
estulticia incurable es el caldo de cultivo de esos millones de
personajillos. Y en sus cabezas desordenadas y en su número radica
el problema.
No creo que pueda decir
nada nuevo sobre el particular, además de haber contado la confesión
de mi amiga que nos sumió en desesperanzas; pero en esta nación de
naciones, entendidas como territorios, como conjunto que comparte
idioma y tradiciones, como lugar de origen y naturaleza, hemos sido
siempre carne de tópicos: Seguramente porque nadie discutió que los
andaluces éramos desidiosos, toda la industria se fue, o se la
llevaron al norte los sucesivos gobiernos centrales y únicos; y allí
se quedó. Con toda probabilidad, porque la geografía les acercaba
más, se aceptó que Cataluña sí que era Europa, sin recordar que
Picasso, que encarnaba el arte europeo y universal, nació en Málaga,
por ejemplo. Sin duda, nadie se molestó en recordar que Cádiz,
Huelva, Cartagena o Mérida existían antes que Lleida o Tarragona. Y
así nos ha ido.
Nuestros conciudadanos
de la segregación hablan del catalán, sin recordar que fue tan
dialecto del latín como el castellano y, mientras no admiten,
permiten o consienten nuestras hablas andaluzas, sí que respetan el
ampurdanés, el balear, el alguerés, el rosellonés o el valenciano,
faltaría más. A ver si no estamos hablando de desinformación.
Hacer que una región;
bueno, nación, tan bella, tan importante, tan rica, ampliamente
entendida, como Catalunya ande a la gresca, porque los más lerdos
les han amaestrado fabulosamente (de fábula) con historias
fantásticas (de fantasía) no parece dejar en buen lugar ni a los
sujetos ni a los objetos, ampliamente entendidos.
Un gerundense viajado
decía que “te vas de Erasmus a Londres, y descubres que existe
vida fuera de nuestro pequeño planeta catalán”. Y es tan verdad
como cuando sales de Huelva o de Guadalajara.
Me pregunto si esta
persecución de quienes no comulgan con las doctrinas oficiales de la
ruptura y el oprobio no será como la de Hipatia de Alejandría, o la
de San Esteban, por blasfemo; o todas las lapidaciones que han sido
y, lamentablemente, siguen ocurriendo por adulterio, amores no
permitidos u otras causas injustificables. Como la de no ser
nacionalista. Piedras son al fin y al cabo, peñas más bien,
guijarros que impiden andar con la cabeza alta, como si fuera una
falta sin perdón a quienes no estan de acuerdo con lo que dicen que
opinan una mayoría.
Y lo peor es que si se
convocara un referéndum legítimo, lo mismo los demás españoles
estarían también de acuerdo con esa independencia; quizá porque,
desde las cavernas, se podría volver a inventar la rueda y la
democracia.
Definitivamente, mi
amiga, y antes de volver a su país, me dijo con tristeza que le
gustaría vivir en Francia.
Y a mí, estuve a punto
de decir.
(HuelvaYa, 10/10/2014)
(HuelvaYa, 10/10/2014)
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