Unos doscientos años
antes de Cristo, en Anfitrión, la comedia de Plauto, aparece
un personaje que que se hace pasar por otro, llamado Sosias, con la
intención de ayudar a Zeus a seducir a la esposa de general al que
aquel servía. Eran otros tiempos, en que los dioses necesitaban
ayuda humana para sus conquistas terrestres. Sin embargo ahora,
llegas diciendo que eres vecino de la mismísima Minerva, en el
Olimpo y te dejan entrar en cualquier sitio.
Y esto es lo que debió
pensar el joven Fran Nicolás, que se las ha dado con queso a quien
quiso y cuando quiso: Lo mismo en una recepción real, que en un
congreso, charlas, organizaciones o restaurantes. El impostor lo
hacía de su representatividad, no de su persona (dice su defensor
que nunca utilizó otro nombre), por lo que su ficción se ceñía a
la imagen, no a la realidad, algo así como la proyección de las
sombras de los objetos, que sustituyen a la verdad.
Sin embargo, no creo que
Nicolás sea un gran seguidor de Platón; más bien, si ha de
atribuírsele alguna facultad, además de la cara dura y el
mimetismo, es la conocer lo suficiente la naturaleza humana o, al
menos, la española; y esto es lo que ha demostrado en definitiva,
aunque en un mal momento.
No importan las
artimañas, que podrán compararse con las de Lázaro de Tormes, ni
las víctimas primeras de sus engaños; estafadores y falsarios los
ha habido siempre, desde el novelesco Mr. Ripley, de P. Highsmith,
hasta los de carne y hueso, como el intérprete de la lengua de
signos de los funerales de Nelson Mandela; Lobsang Rampa, con el que
crecí, creyendo que era un monje budista y hasta casi leí El
tercer ojo; el dúo afónico Milli
Vanilli, e
innumerables impostores de millonarios, militares, empresarios y
médicos.
Todos
sacaron sus beneficios durante un tiempo, pero es que nuestro pequeño
Nicolás, salvo una cantidad de veintitantos mil euros que se le
presume, lo que ha hecho de verdad es perjudicarnos a los demás.
La
estrategia, pensada o no, pero demostrada, era que el ser humano de
este país se fía más de las apariencias que de otra cosa, que teme
al poder, que no pregunta por no molestar y que se pone en manos de
quien le enseña una foto y le dice “Usted no sabe con quién está
hablando”: Una pena.
Que
un muchacho así se aproveche de tanta gente sería grotesco o
sublime, según el punto de vista del juicio, pero que ocurra es
lamentable, porque prueba que seguimos siendo inseguros, aduladores,
confiados y chuscos.
Nuestra
RAE, que ha sacado su vigésima tercera edición del Diccionario, ya
recogía el término sosias como la “persona que tiene parecido con
otra hasta el punto de poder ser confundida con ella” y sigue
manteniendo los de embaucador y truhán, tan de moda. Por esto, en un
momento en que queremos creernos que no actuaríamos igual que los ya
catalogados como defraudadores oficiales, nos viene muy mal esta
evidencia de papanatismo, que casi desmonta ese pequeño atisbo de
regeneración que unos plantean y otros consiguen y ese perfil
nacional de maduros, serios y legítimos.
Fran,
como por lo visto se hacía llamar, nos ha recordado a Juan Guerra,
Amy Martin, Alicia Esteve, la barcelonesa que se hizo pasar como
víctima de los atentados del 11-S y, especialmente, el timo del
tocomocho, en que ya ha quedado claro que la supuesta víctima deja
al descubierto las intenciones aviesas de un impresentable que quiere
aprovecharse de un tullido. Pues así estamos.
(HuelvaYa, 19/10/2014)
(HuelvaYa, 19/10/2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario