No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


domingo, 28 de septiembre de 2014

Deportes minoritarios


He crecido con las medallas de Paquito Fernández Ochoa, con el recuerdo de Joaquín Blume, con la figura de Gálvez y el billar y con Paulino Uzcudum, aunque después vinieran Pedro Carrasco y muchos más. Pero nadie me habló, en mi juventud, del esquí, del billar y del boxeo. En el colegio se hacía una especie de gimnasia sueca y nos daban un balón para que corriéramos o corrieran; luego, llegó el baloncesto.
Escribo esto a propósito de la promoción de cada deporte, de la consideración de sus triunfos, según se trate de una disciplina u otra y es necesario recordar que primero fue el fútbol y, después, Zarra o Casillas.
Hoy el fútbol lo inunda todo, es un tsunami que, en su caótico curso, arrasa y sepulta los llamados deportes minoritarios que, si lo son cuantitativamente, no lo son en su dedicación, intensidad y desarrollo.
Un tirador de esgrima, una jugadora de bádminton o un arquero pasan horas y horas preparándose, sin exclusividad, para ser los mejores. En sus rutinas, están los entrenamientos y el estudio o el trabajo y la familia. Y algunas, llegan a ser campeonas del mundo, como nuestra Carolina.
Los judocas, los levantadores o los ajedrecistas dedican mucho más tiempo a su actividad que los mediocres jugadores de fútbol. Y los diferentes códigos éticos de cada disciplina no permiten escupir en los terrenos de juego o enfrentarse a los árbitros.
Cito estos deportes, como podría citar otros que no aparecen en las pantallas mayoritarias y que únicamente la prensa local se hace eco cuando algún aborigen triunfa.
Creo que ha llegado el momento de valorar y dar publicidad a los deportes minoritarios. No me refiero, ingenuamente, a cambiar las políticas de los negocios que se miden por el número de consumidores, que generan publicidad e ingresos, sino a las entidades públicas que, como obligación, deberían tener la promoción de cuantos deportes de los llamados minoritarios se practican en el ámbito de sus competencias. Y que esta promoción se hiciera en función de la rentabilidad educativa que producen, no solo en función del entretenimiento o la alienación previsibles.
Durante veinticinco años practiqué uno de esos deportes, tuve buenos y malos momentos, pero aprendí que esforzarse tiene su recompensa, que el respeto al compañero, llamado adversario, es fundamental, que tras cada triunfo puede llegar una derrota, que todos los maestros son respetables, que uno nunca sabe adónde puede llegar, que nadie debe usar aquello que le distingue o que le sobra para abusar de los demás, que el sudor es saludable, que la constancia es casi tan buena como el talento y que se respira y se duerme mejor cuando tu cuerpo ha trabajado. Todo esto entre otras muchas cosas que parece innecesario enumerar.
No todas las disciplinas producen los mismos beneficios, pero allí donde haya un interés, una intención y una escuela debería albergarse una promoción fuerte, distinta del fútbol, de la que ya se encargan las grandes empresas.

                                       (HuelvaYa, 28/09/2014)

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