Hay
años que no está uno para nada, decía Julio Camba. Y es verdad.
Seguimos con el calor de las armas en distintos frentes de Asia y
Ucrania, América del Sur continúa gobernada por iluminados y
pajaritos, África está como siempre, recordándonos que existe la
desesperanza, el integrismo islamista amenaza todo lo amenazable y
hay demasiados burkas; y no solo en las mujeres afganas. No, no es un
repaso geográfico de atrocidades, sino un recuerdo fugaz de realidad
y conflictos.
En
casa, están los empecinados, no aquel Juan Martín Díez, que
luchaba contra los napoleones en la guerra de la Independencia y que
nos hubiera venido de perlas en las últimas lides deportivas, sino
el grupo de nacionalistas obcecados, irredentos y obtusos que
consiguen, con sus habituales parejas de baile: ministros,
intertelevisiones trece y presidentes un clima de inquietud completo,
intrigante, perfectamente conseguido. “Cuando los hombres se hacen
masa, los demagogos los hornean”, rezaba la viñeta de El roto, el
viernes, en El País.
Y
todos somos protagonistas, es decir, igualmente culpables, aunque no
nos encontremos entre los adoquines mencionados.
El
año empieza en septiembre. Las uvas son el treinta y uno, pero los
objetivos se hacen cuando los niños empiezan el colegio o la
universidad, cuando se vuelve de vacaciones. Y estando el patio como
está y con una ley de educación, que se denomina para la mejora de
la calidad de la enseñanza y propone para ello, entre otras
lindezas, una serie de filtros para seleccionar a los menos capaces y
cubrir así la futura mano de obra barata, dejando la universidad
para las elites, no parece que el curso, o el año, empiece bien. Yo
creo que no hemos alcanzado ni las competencias básicas, ni los
objetivos, para que me entiendan.
Así
que mejor sería, someternos a una sincera autoevaluación y, tras
autosuspendernos, decidir por aclamación (muy fácil en este caso)
que es mejor repetir el curso, el año y, si fuera posible acotar,
espigar los momentos y quedarnos con las notas mejores, también esta
vida nuestra que, seguramente, podríamos mejorar; aunque me temo
que, como dice el Eclesiatés, todo es vana ilusión, mentira o
esperanza, según se mire.
(HuelvaYa.es, 13/09/2014)
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