Hubo un tiempo en que
Huelva capital tenía varios cines de verano. Estaban el Terraza
Palacio, el Jardín Cinema, el Saltés, el Central Cinema, el Apolo
y, muy especialmente, el Cinema Park. En la provincia han existido
hasta hace poco en casi todos los pueblos. Recuerdo los de Paterna,
Punta Umbría, Moguer, Bollullos, La Palma y en toda la sierra, por
descontado. Pero han ido desapareciendo y, ahora, se ofrecen como
algo exclusivo.
El Cinema Park, que
pertenecía a la misma empresa privada que el Gran Teatro y los Cines
Apolo, que estaban al final de la Isla Chica, casi enfrente de la
iglesia de la Virgen del Rocío, era un espacio singular. Su
emplazamiento era el que ahora ocupan los pisos que están en los
soportales frente al bar La Copa, en el entorno de La Palmera
(entonces gorda, enorme y sin podar).
Como todos, disponía de
un ambigú y de sus sillas alineadas con un pasillo central y, al
final, tenía algunas mesas para consumir pescado, pepitos o las
patatas fritas, que se podían llevar también de un establecimiento
contiguo que las hacía maravillosamente. De hecho, son las mejores
que recuerdo, no sé si por su calidad objetiva o por la nostalgia de
un itinerario que me llevaba y traía del colegio y del paseo del
chocolate.
Pero lo característico
del sitio era su frondosidad externa e interna. Por dentro, las
paredes estaban cubiertas de buganvillas, enredaderas, lantanas,
dondiegos y jazmines. Era un jardín nocturno con una pantalla,
olores y pretextos para salir en verano con la familia.
La cabina estaba también
recubierta de hojas verdes, con puntos rosas y rojos y amarillos,
donde se abrían paso dos agujerillos cuadrados, necesarios para la
proyección de las películas y sus NODO correspondientes.
Tenía dos puertas, la
principal y otra más hacia la actual calle tres de agosto, que
estaba reservada al personal y a los proveedores. Entre ambas, se
encontraba la taquilla. Pero toda la fachada estaba cubierta asimismo
de numerosas lianas que no dejaban ni un trozo de pared al
descubierto: todo era verde verde y ni siquiera había sitio para la
cartelería que, en esos tiempos, acompañaban sobre todo a los
estrenos.
Supongo que hablo de los
años sesenta, o antes. No he sabido guardar una información que
ahora me parece valiosa y de la que dispuse entonces con toda
preferencia.
Es lo que pasa con el
presente, que cuando se revaloriza, ya ha escapado y solo nos quedan
los recuerdos aunque, esto sí, probablemente idealizados.
(HuelvaYa.es, 16/08/2014)
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