He
contado alguna vez que mis ideas sobre la igualdad de los seres
humanos fueron matizadas sustancialmente tras una larga temporada
laboral en la periferia de Sevilla: Me quedó claro que las
diferencias que importan son las culturales. Las otras se quedaron,
desde hace mucho tiempo, para quienes solo valoran a los demás por
sus intereses. Ni las razas, ni la posición económica, ni la edad,
sino la forma de actuar, de contemplar la vida, de tratar a los
otros, de respetar y respetarse eran las variables que marcaban las
similitudes o las discrepancias. Obviamente, nunca he admitido una
cuantificación en la calidad del ser humano, ni siquiera a partir de
aquella experiencia.
Hoy
recuerdo aquella revelación a propósito de los conflictos en
asuntos migratorios y, especialmente, ante la escalofriante
revelación de Jean-Marie Le Pen: “El Ébola puede solucionar el
problema de la inmigración en tres meses”. Ante tal barbaridad,
que con toda seguridad aplaudirán su hija y simpatizantes, cabe
preguntarse que quiénes están más lejos del género humano y qué
“invasión”, como él la llama, puede llegar a ser más
peligrosa.
Las
diferencias entre las personas no son esenciales y pensar que un ser
supremo colocó a cada uno en su sitio, hace dudar de ese ser
omnipotente que, para serlo, debería ser justo y de los fieles que
puedan comulgar con ese principio: Nadie merece menos respeto que
nadie.
Algo
distinto son las ideas particulares que, como se ve, no todas son
respetables, contra lo que reza un dicho popular sin base lógica.
Que haya libertad de pensamiento no implica que haya que admitir
todos los resultados, aunque sí el derecho a ejercerlos.
Entonces,
qué se puede hacer con la inmigración. Para empezar, no hacer nada
en contra. Este fenómeno que, sin duda, ha fomentado la pobreza, el
caciquismo, la comunicación global y el insaciable incremento de los
explotadores debería plantearse desde el punto de vista de una
realidad y no para evitarla, sino para canalizarla.
Que
los poderes fácticos y reales no están por la labor, que los
gobiernos tienen otras prioridades, que la inutilidad y la impiedad
van juntas a veces, pues seguramente sí pero, por desgracia, yo no
tengo la fórmula, me faltan datos, me falta conocimiento; aunque sí
sé lo que quiero, que a ningún ser humano se le menosprecie y se le
ningunee, basándose en algo tan arbitrario como la aleatoriedad de
su lugar de nacimiento.
(HuelvaYa, 31/05/2014)
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