Como
se sabe, el Lazarillo de Tormes es una invención
literaria nuestra y el claro ejemplo de las respuestas del ingenio
ante la necesidad. Pero los hechos sucedían en la sociedad del siglo
XVI, muy jerarquizada, donde el personal pudiente era escaso y las
ciudades se completaban con un ochenta por ciento de pueblo llano. Se
trataba entonces de subsistir, incluso honradamente. El producto
literario tuvo éxito, véanse si no los Guzmanes, Justinas, el
escudero Marcos de Obregón, los diablos cojuelos y los buscones, por
hablar solo de nuestra literatura; pero recuérdese que la realidad
supera casi siempre a la ficción (quizá aquí sea exactamente lo
mismo) y, después de cuatro siglos, ese sentido picaril de la vida
sigue existiendo, aunque con matices: Lázaro conduce ahora un gran
automóvil, nos come y nos bebe estupendamente; se escapa de todo,
alardea de ello y se muestra libre, o amparado en la presunción de
inocencia. Si se sienta ante un tribunal, no hay manera de
inculparle; y, si sucede alguna vez, se da una vueltecilla por la
prisión para hacer nuevos amigos. Nunca devuelve lo robado, que no
es ya un queso, ni un poco de vino o miel. Y, sobre todo, nunca
delinque para sobrevivir, sino para enriquecerse. Los tiempos han
cambiado, en la actualidad la cárcel se reserva para los que no
pueden costearse un excelente bufete de abogados, y la forzosa
educadora de muchos hijos, o sea, la televisión, airea las hazañas
de unos y otros, esta con el alguacil, el otro con el banquero; y les
ríe las gracias. Somos así, soñadores, gente honesta que convive
con los nuevos lazarillos empeñados en prestar sus servicios a las
siglas políticas, en vez de a los bulderos; quijotes, sí, pero que
desean cambiar a Rocinante por un cuatro por cuatro.
(Publicado http://huelvaya.es/)
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ResponderEliminarPorque era una prueba, eh.
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