No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


viernes, 14 de febrero de 2014

Vivir en los pronombres


El título, al igual que otros versos prodigiosos, pertenecen a La voz a ti debida, obra de Pedro Salinas, uno de los grandes poetas del siglo XX, que ha influido notablemente en la poesía amorosa que se ha venido escribiendo después: Ángel González, María Beneyto, Claudio Rodríguez, José Batlló, Carlos Sahagún, Carlos Barral, Francisco Brines, etc.
Salinas proclama la supremacía del tú y del yo íntimos, desnudos. “Cuando le habla a una mujer, le está hablando a todo lo que ella le da a ver, a todo lo que nace a partir de ella por el solo hecho de ceder o negarse a su pasión”, escribe Julio Cortázar en el prólogo a las Poesías, publicadas por Alianza en 1971. Salinas es el poeta de la destilación, el alambique de los poemas de amor, la esencia. Por eso habría que acudir a él en esta ocasión en que parte del mundo conmemora el día de quienes dicen estar enamorados.
Podría ser un gran pretexto para alimentarse de buena poesía: El Cantar de los Cantares; San Juan de la Cruz; los Sonetos del amor oscuro, de F. García Lorca; Rafael de León, Bécquer, Miguel Hernández en los sonetos de El rayo que no cesa: “Te me mueres de casta y de sencilla” ; los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda; Petrarca, Shakespeare, o ese poema adolescente (“Un poeta a los veinte años tiene veinte años; un poeta a los cuarenta es un poeta”, que decía Oscar Wilde): Buenos poemas de amor.
Sería también un gran momento para escuchar a Jacques Brel, Charles Aznavour, Edith Piaf, o volver a ver Casablanca; o leer aquel libro (¿Han leído Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes?, por ejemplo), o para salir al campo o escribir una carta. ¡Una carta! O para disfrutar de las fantasías que aún no se han hecho realidad, para creer en la quimera.
Todos sabemos de dónde partió la idea de esta celebración y sabemos que los que de verdad se aman no la esperan para compartir, mirarse o simplemente dar gracias por haberse conocido y seguir juntos.
Es una de esas fechas en las que, junto a instantes inolvidables, abundan los gestos obligados. Y a veces puede ocurrir lo que le sucedió a aquella mujer que no pudo reprimir su desengaño cuando el marido le regaló dos pasajes de avión y dos noches de hotel en París. ¿Qué vamos a hacer tú y yo solos tres días en París?, le espetó.
No es necesario contar nada más, porque aparte de los encantos de la ciudad de destino, la verdadera desilusión está en convencerse de que dos seres humanos que llevan conviviendo cerca de doce años, crean no tener nada de qué hablar ni que hacer durante un par de días. En cualquier sitio.
Cuando la relación de una pareja está disimulada tras la rutina, pueden producirse situaciones como las anteriores, fútiles para los protagonistas, dramáticas –o cómicas- para ciertos espectadores.
Cualquiera de ellos podría haber empezado por tener en cuenta las opiniones del otro, contar con él en todo; y alabarle las cosas buenas que hace, la ropa que lleva, su cara, o su inteligencia, o su ternura; o enviarle flores el día menos marcado del calendario.
A lo mejor, después de todo eso, habría muchos asuntos de los que hablar en París y el silencio ya no sería incómodo, habría muchas cosas para hacer solos, muchas maneras de volver a descubrir el Sena, Montmatre, el hotel y lo que todavía, o quizá por vez primera –porque es nuevo- tiene uno que ofrecerle al otro.
En ocasiones se malgasta el tiempo en mitigar la desdicha compartida, en vez de luchar unidos por conseguir o recuperar la felicidad. Esta “exige mayor conciencia, energía, disciplina, dedicación e integridad”, apunta Nathaniel Bradem.
Aunque no se pudieran comprar en los comercios habituales, quizá algunos de los regalos anteriores ayudasen a san Valentín a hacer su milagro de cada año, la hazaña de ver que quien convive contigo es la persona que aparece en tus sueños.
En cada amante hay alguien que él mismo no ve y que sólo ve el otro, “nadador por tu fondo, preciosísimo”. Cuando se descubre, merece tenerlo en lo alto “como tiene /el árbol la luz última / que le ha encontrado al sol” .
       Para sacar cada uno su mejor yo, este día puede ser un buen comienzo, la oportunidad de “vivir en los pronombres”, de no hablar de confianza cuando se dice celos, o de dulzuras cuando se firma violencia, o de amor verdadero cuando se piensa en posesión; ese momento en la existencia de cada dos en el que los demás no importan y que, en palabras de Salinas, “Tal como me la diste, / la vida está completa: /tú, terminada ya”.
       Como cualquier tarde de marzo o de septiembre, el catorce de febrero nos incita no sólo a que nos digamos cuánto nos queremos, sino sobre todo cuánto estamos dispuestos a cambiar. “Que hay otro ser por el que miro el mundo / porque me está queriendo con sus ojos”.

(Publicado en varios medios)

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