No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


viernes, 7 de febrero de 2014

Tan iguales, tan distintos

Parece ser que, en ocasiones, acercarse a los demás es tanto como alejarse, tanto como percibir las diferencias individuales. Profundizar en la historia de los pueblos puede ser parecido, un ejercicio de hermanamiento, al tiempo que lo es también de identificación.
Durante unos días, mi estancia en una pequeña localidad me ha recordado que, aunque el mundo no sea exactamente un pañuelo, cada vez es más difícil creer que existe cualquier tipo de independencia. Acercarse no es una opción en sí misma, sino una exigencia de la contemporaneidad.
Si los medios de comunicación son el reflejo de nuestra sociedad, quizá se deba deducir que la solidaridad en la que se ha avanzado no está entendida desde un punto de vista estrictamente ideológico o humanitario, sino desde el convencimiento de que todos estamos vinculados por algún tipo de relación. De tal manera que el mismo público que devora las curiosidades sobre Naomi Campbell es el que se vuelca en los maratones para ayudar a los niños víctimas del último huracán. Quizá sea una cuestión de vecindad más que de sentimientos.
La situación ha cambiado considerablemente. Aquellos brillantes diseños de objetos de decoración de Alessi o los de los bolsos y zapatos de Gucci y los divertidos complementos para vestir de Benetton llegaban antes de Italia de la mano de alguna amiga viajera. Los vinos de burdeos o los beaujolais eran privilegio de unos pocos, que alardeaban de su buen gusto y de la posibilidad de adquirirlos. Los almacenes Harrolds, las rebajas de Londres, el aeropuerto Gatwick, la arquitectura de Alvar Aalto, en Helsinlki, la filarmónica. Todas estas cosas estaban en el extranjero, otros países, otros idiomas, otras monedas, otra manera de hacer las cosas. Lejos.
Pero actualmente pueden comprarse los mejores productos de Frankfurt en los grandes almacenes y en muchos restaurantes se puede pedir goulash o saborear un salmón excelente. Los bancos europeos han abiertos sucursales no sólo en las ciudades más importantes, la ropa se puede comprar sin moverse de casa y la distancia, el misterio y la ignorancia sobre las regiones más recónditas de nuestro planeta han ido desapareciendo gracias a los medios de comunicación, cada vez más accesibles y más globales.
No se trata de una igualación en términos absolutos, pero sí de una concepción doméstica del mundo, de una forma de creerse que todos estamos más cerca de todos.
Y esta idea de comunidad nos hace converger en muchas cosas. No solo han disminuido las diferencias en la alimentación, en el calzado, en la ropa, en los momentos de ocio, en la música o el cine, en las costumbres, en las lenguas y en las expectativas generales, sino que el mundo parece caminar en una dirección única y los que, por diversas razones, no queremos aceptar esta obviedad, somos realmente los únicos marginados.
Los mejores museos, las publicaciones, conversar con los antípodas, todo es posible con una simple conexión a internet. Ni siquiera es necesario tener altos conocimientos de informática. Quizás ahora el mundo sea más un pañuelo que nunca.
No obstante, la comunión de la cultura parece más difícil, entre otras razones porque no corren buenos tiempos para los asuntos de esta naturaleza, y frente a la posibilidad de consultar legajos de cualquier rincón del mundo, está el sello inconfundible de cada lugar que hizo nacer a sus genios y justificó sus obras. El paisaje delata el paisanaje: Dostojewsky siempre será ruso; Le Courbusier, suizo; Shakespeare, inglés y Federico García Lorca, de Granada. Y existirá solo una Florencia. Y Andalucía se asociará a Picasso y a Juan Ramón Jiménez y a los Machado. O quizás a Lola Flores o a Belmonte, Averroes o Falla. Y a tantos otros únicamente de esta tierra. La identidad indestructible es la de las piedras, la de la historia, la de la arquitectura, la de las páginas llenas de sentimientos e ideas, la del folclore y la de aquella sinfonía que solo pudo nacer en un otoño inigualable de Viena.
Cuando veamos la osadía de Eiffel, el señorío de los Pitti o la judería cordobesa no habrá duda sobre en qué país nos encontramos. Cuando veamos que la gente se abre y te ofrece su mano y es plural y divertida y no le importa el color de la piel, la religión ni el RH, porque ella misma es consciente de que su inmensa riqueza nació del mestizaje, sabremos que se trata del sur. Y si se vive la calle y los hombres de luz ofrecen su mano grande, y un sabor del Islam, un motivo romano o un vestigio tartéssico nutren los esteros y la música, estaremos seguramente en Andalucía.
Ante la sucursal de una multinacional bancaria y ante la iglesia de San Roque de Arjonilla recuerdo que, frente al euro que apisona y emula, la cultura distingue y enriquece, y se convierte, para siempre, en la verdadera y única seña de identidad.

(Publicado en varios medios)

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