Jesús de Nazaret lo
dijo hace más de veinte siglos: “Dad al César lo que es del
César”, pero la jerarquía eclesiástica, especialmente la de
aquí, no pareció enterarse.
Por lo visto no es del
césar legislar sobre la familia y el matrimonio y sobre los medios
para evitar embarazos no deseados, que incidirán en el bienestar de
la población y en el uso de la sanidad pública; ni es de los
césares garantizar una educación pública para todos, ni liberar a
la mujer del supuesto segundo plano que interpretan que le otorgan
los evangelios (sé bien que católicos indiscutibles hacen una
lectura diferente); ni debe de ser competencia del césar la
distribución del erario público y la revisión de unos acuerdos con
la Santa Sede que han cumplido ya treinta y cuatro años.
Todo esto también es de
Dios y lo comprendo, porque Dios está en todas las cosas pero, creo
que va siendo hora de que dejemos que la humanidad, compuesta por
creyentes y no creyentes, que se organice como a los césares de
turno les venga en gana.
Lo malo será cuando,
como ahora, los césares de turno sean marionetas de quienes se creen
portavoces de Dios y olviden las palabras del mismísimo Jesucristo.
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