Eso de cambiar todos los relojes de una casa para que hoy suenen a
otra hora, simular un ataque de caspa, colgar el muñequito o rellenar el
azucarero con sal no son inocentadas.
La vida, nosotros, sí que nos gastamos bromas, a veces demasiado pesadas, durante los restantes días del año, aunque solo seamos conscientes de que podemos ser objeto de ellas el veintiocho de diciembre. Porque a ver si no son inocentadas la subida de la luz, la reforma de la ley del aborto, los casos Bárcenas, Urdangarín, Matas, los Ere, el Palàu, Munar y Amy Martin, los ministros Wert y Montoro, sus leyes y sus modales, quienes piensan que las enfermedades graves les llegan a los demás, que todos los hombres y mujeres somos iguales en derechos e iguales ante la ley, que detrás de los grandes genios no hay grandes egoístas, que potenciar las cuotas femeninas favorece la igualdad, que los demás están siempre equivocados o que ha existido alguna vez una verdadera tregua de navidad.
¿Acaso no es una gran inocentada hacer creer que se sigue enamorado como el primer día, que los mejores escritores son quienes más venden, que es imprescindible el amor para casarse, que las frustraciones eróticas son siempre culpa del hombre inexperto, que el tiempo lo cura todo, que únicamente se educa en las casas o, peor, en el cole, que el cine español es malo, que el Lazarillo sigue siendo anónimo, que el amor lo puede todo y que el idealismo es cosa de la edad?
Vivir, simplemente vivir, sí que es, casi siempre, una inocentada; y muchas veces nos coge desprevenidos.
La vida, nosotros, sí que nos gastamos bromas, a veces demasiado pesadas, durante los restantes días del año, aunque solo seamos conscientes de que podemos ser objeto de ellas el veintiocho de diciembre. Porque a ver si no son inocentadas la subida de la luz, la reforma de la ley del aborto, los casos Bárcenas, Urdangarín, Matas, los Ere, el Palàu, Munar y Amy Martin, los ministros Wert y Montoro, sus leyes y sus modales, quienes piensan que las enfermedades graves les llegan a los demás, que todos los hombres y mujeres somos iguales en derechos e iguales ante la ley, que detrás de los grandes genios no hay grandes egoístas, que potenciar las cuotas femeninas favorece la igualdad, que los demás están siempre equivocados o que ha existido alguna vez una verdadera tregua de navidad.
¿Acaso no es una gran inocentada hacer creer que se sigue enamorado como el primer día, que los mejores escritores son quienes más venden, que es imprescindible el amor para casarse, que las frustraciones eróticas son siempre culpa del hombre inexperto, que el tiempo lo cura todo, que únicamente se educa en las casas o, peor, en el cole, que el cine español es malo, que el Lazarillo sigue siendo anónimo, que el amor lo puede todo y que el idealismo es cosa de la edad?
Vivir, simplemente vivir, sí que es, casi siempre, una inocentada; y muchas veces nos coge desprevenidos.
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