Cuando vi por vez primera el cuadro
de Carreño de Miranda titulado La
monstrua me sentí
desconcertado. Allí estaban el arte y el espanto, la admiración y
la pena. Poco después, la televisión andaluza me dio la oportunidad
de volver a notar algo parecido. Otra vez los horrorosos exhibían
sus malformaciones, aunque sin arte. Eran
como el niño de Vallecas, o el bufón Calabacillas, con sus imágenes
disparatadas, pero sus creadores no habían sido Diego Velázquez ni
Carreño, sino alguien que les consiguió un empleo, como en una
barraca de feria, solo que en televisión.
Aquel antiguo
loco ha seguido mezclando el disparate con el talento y, seguramente,
hizo y hace pensar y ayudó humana y socialmente a sus criaturas,
siempre menos que ellos le ayudarían a él.
No ocurrió así en las demás televisiones: Los
imitadores descubrieron el filón de los raritos y, lo que es más
grave, se inventó el oficio muy rentable de televisionero o
mendigaprogramas. Los antaño “medios de comunicación de masas”
perdieron la razón o la dignidad -o ambas- y ya no fueron capaces de
controlar el aluvión enfurecido que pedía carne, cristianos a los
leones y gladiadores a la palestra. Todo era falso, sí, pero
producía grandes beneficios, porque había y sigue habiendo un
público que necesita ese circo para evadirse, probablemente de sí
mismo, o para reconocerse ante el espejo y, ahora, también, más de
una camada que por exhibicionismo o necesidad es capaz de potenciar
sus perversiones o inventárselas.
Todo es tan falso como los programadores, presentadores,
contertulios, consejeros y demás cínicos, que les rascan las
entrepiernas con una mano mientras extienden la otra para recoger los
dividendos de la publicidad, sin reparar en la dosis de crueldad ni
de ordinariez.
En El Prado, después de aquella sala venía otra
diferente y se podía volver a la belleza; en la televisión es más
difícil, los espacios se imitan unos a otros y los monstruos hacen
cola en las puertas de los estudios, de manera que al espectador solo
le queda el abandono, porque a continuación vienen las guerras, las
corruptelas y la política más deforme, esperpento o no, sobre las
que se les miente también.
JUAN ANDIVIA GÓMEZ
(Adaptación de mi artículo “Raros”, publicado en
“El Correo de Andalucía”, el 08/04/2003)
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