Corrían
los años setenta e intentábamos recitar en la radio “Caballero
solo”, un poema que Pablo Neruda incluye en Residencia en la
tierra, pero nos desautorizaron el guión. Claro, nos decían,
claro que ese libro está en los establecimientos locales, pero esas
publicaciones de Losada no las lee nadie y esta emisora se oye en
toda la provincia; acaso no es bastante que habléis siempre de los
mismos poetas rojos. Por lo visto, era bastante. Callaron las
“palpitantes ostras amorosas” y, más tarde, Franco murió, sus
censores cambiaron de papeles y, curiosamente, seis lustros más
tarde, los enamorados siguen gustándose cuando callan, pueden
escribir los versos más tristes cada noche de desamor y el general
sigue sin levantarse.
En
el poema se narraba lo que los seres humanos hacían en 1925 y han
hecho siempre, aunque para revivirlo, había que ir a comprar la
obra, decidir leerla y, por supuesto, hacerlo en la intimidad. Con la
prohibición, no consiguieron que dejáramos de crecer con Neruda y
que la celebración de su nacimiento congregue hoy a los amantes de
la poesía de todas las edades.
Los
libros de poemas no escandalizan ya a nadie, aunque se griten, porque
los escándalos están en otra parte que únicamente la verdadera
censura, que es la personal, puede evitar. De nada vale quejarse de
una moral colectiva que no existe, o pedir que, en vez de ideas
políticas, se desautoricen ahora otro tipo de guiones, porque la
zafiedad es también una manera de pensar el mundo.
Desde
mi punto de vista, la única moral posible es la individual y esa
otra que se nos quiere imponer como colectiva es, sencillamente, una
coincidencia de intereses. Así que dejemos la ceguera para las
dictaduras y empecemos a asumir el gozoso coste de la libertad.
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