Siempre he tenido una especial aversión al uso de los tópicos
en el lenguaje escrito; incluso en el hablado cuando se elabora con
intención estética; por eso no me ha gustado ser pregonero y, al
mismo tiempo, he considerado una cualidad que no poseo la facilidad
de muchos escritores para engarzar frases manidas y piropos, y
arrancar aplausos de quienes probablemente no leerían ni siquiera el
mismo pregón.
En la publicidad es una técnica, pero de la primavera que llega
antes a los grandes almacenes, se ha pasado a la primavera que entra
con fuerza especial en determinadas localidades y, después, a las
inmensas e inigualables playas, con clima único y a ese lugar que
hay que descubrir. Esas afirmaciones, casi siempre falsas, no aportan
nada más que un pretexto para la celebración del resultado que se
persigue, que es llenar el tiempo con palabras. Y como el tiempo y la
palabra son para mí tan importantes, no me he sumado nunca a ese
ejercicio de retórica hueca por no violentarlos, y por no
traicionarme.
Desde el punto de vista de los estudiosos, los temas y lugares
comunes pueden ser muy útiles, pero no me estoy refiriendo a los ubi
sunt, foedus amoris o carpe diem, sino a esa
repetición de banalidades que pueden servir igual –y me consta que
sirven- para un San Juan que para una Virgen de los Dolores. Esas
retahílas de alabanzas, que tanto podrán oírse en las fiestas
patronales, programas turísticos, publicaciones de abuelos y cargos
públicos deberían servir para ridiculizarse y no para ser
convocados en la siguiente edición del mismo evento.
Pero así son las cosas: De donde unos huimos, otros luchan por
entrar; de lo que retrata la pobreza de la sensibilidad y del idioma,
otros se ufanan y llenan currículum pegajosos y, en realidad,
vacíos. ”Personas humanas”.
El Correo de Andalucía, 05/07/2005
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