Convivo
en una ciudad multilingüe, multirracial y multicultural con las
gentes de los distintos países que pueden llegar hasta ella. Me
encuentro con costumbres y ritos diversos, velos, cruces, rastas y
rapados. Alguna vez, hablo con futboleros, garrulos, ejecutivos,
skateboard, heavies, hippies, lolailos, okupas, punks, rockers,
maquineros y siniestros varios. Vivo y dejo vivir. No comparto eso
que ellos también llaman sus estéticas y, como es natural, tengo la
mía. Ni me molestan, ni me ofenden como colectivos, sino que me
agradan porque, al igual que con los inmigrantes, sigo pensando que
en las mezclas se encuentra la riqueza, pero mire usted por dónde,
en Sevilla, primavera del año en curso, en un conglomerado de
centros comerciales y un sábado de junio por la tarde, el olor a
sudor y lo que parece una nueva opción hacen tambalear lo que
entiendo por tolerancia. No son cadenas,
collares, ropa vieja, metales, ni colores; no son actitudes, sino
ausencias, negaciones, abandono y falta de higiene. No es vestir de
una manera determinada, sino carecer de norte y no entender las
palabras prójimo y respeto. Tienen cualquier edad, no son
marginales, o al menos, no exclusivamente, llevan bañadores,
chanclas, camisetas y hasta un bikini. Y van a lo mismo que yo, a
tomar un café, a comprar y a no comprar, incluso a una librería.
Me
estaré haciendo viejo, pero no encuentro excusas para salir a
compartir un espacio que no es privado sin lavarse, con atuendos
playeros y, además, en un lugar que no tiene costa ni
infraestructura balnearia, ni nada que lo justifique. La única
explicación que se me ocurre es la nula, la mala educación de esos
“marujones” del día, el odio a las normas, la inconsciencia, la
estulticia y la victoria segura del peor gusto.
El
Correo de Andalucía, 07/06/2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario