Descubrí
la frase: “Yo sólo soy lo que elijo” en medio de un guión con
pretensiones de novela o, mejor, en medio de una novela que no era
más que un guión, ni siquiera sé si bueno o malo. Y me detuve a
pensar que era cierto, que somos lo que nos gusta, un conglomerado
de preferencias, de opciones y oportunidades, con lo que vamos
configurando una personalidad humanamente impura.
Ocurre
cuando se decide trabajar en lo que interesa o en lo que seduce,
cuando se decide convivir como objetivo o, sencillamente, vivir;
cuando se ocupa el tiempo libre y, sobre todo, cuando se planean las
vacaciones, el aspecto más recurrente de estos días. En ellos, no
se trata de escoger entre el mar, la montaña o la ciudad, ni entre
un viaje, el alojamiento rural o la nueva red de haciendas, que está
de moda, sino de optar por encontrarnos con nosotros mismos.
El
cómo y el dónde es lo que caracteriza a la Navidad; por eso, a
pesar de las alternativas anteriores, el denominador común es volver
a la infancia, no entre los tópicos, o al menos no exclusivamente,
sino con el descubrimiento de lo que queda de nuestra esencia o, por
aproximación, de lo que queda de aquel niño que fuimos. Se vuelve
al lugar de nacimiento, se recuerdan calles y plazas, pregones y
alimentos, pero lo se persigue es ser otra vez el hijo, el nieto;
regodearse en el recuerdo.
La
elección, la huida, o lo que aceptamos sin resistencia, expresa
quiénes somos en realidad; y los deseos incumplidos quiénes
querríamos ser. Por eso, habría que matizar la frase del principio:
Somos lo que nos dejan elegir que, como en el caso de la imagen, no
siempre coincide con lo que deseamos; y afirmo con Neruda “¿dónde
está el niño que yo fui? / ¿por qué anduvimos tanto tiempo /
creciendo para separarnos?
El
Correo de Andalucía, 04/05/2005
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