No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.

Salinas, P: La voz a ti debida, 1933


martes, 6 de julio de 2004

Reinserciones

La mujer que hace apenas dos años acabó fríamente con la vida de dos de sus hijos, para saldar –contaron- una antigua deuda de infidelidades con el marido camionero, ya puede pasar los fines de semana y las vacaciones escolares en su casa, con el muchacho que, en el momento del trágico suceso, tenía catorce años y que sobrevivió. Que esta persona confesa de asesinato pueda salir de su internamiento, alegando razones de desequilibrio mental transitorio, depresión o fianza suficiente y exija, además, sus derechos de patria potestad sobre el menor, parece otro de esos excesos garantistas que repercuten en una disminución de los derechos de las víctimas. No dudo que la condena haya estado o siga para siempre en su interior pero, en cualquier caso y aunque dicen que la benevolencia está muy cerca de la justicia, sería conveniente pensar también en que existen dos personas en esa “familia” a las que no ampararán, por cierto, ni la futura ley contra la violencia por razones de sexo.
Por lo visto, existe una dolencia que convierte a algunos seres en inhumanos, la misma que hizo empuñar una catana al adolescente de Murcia, adicto a la realidad virtual –que también está en la calle, o lo estará muy pronto gracias a la ley del menor-, la misma de los que barnizan de ideologías los instintos criminales. En el caso de esta asesina, había igualmente otra realidad, la que instantáneamente produce el abuso de las drogas, la de huir de una situación personal y un presente insostenibles, la de huir quizá de uno mismo. Y es que hay un tipo de soledad que, desgraciadamente, mata y una interpretación de la justicia que nos hace sentirnos frágiles e inseguros especialmente a quienes se nos olvida pagar una multa de tráfico, como mayor frivolidad.

El Correo de Andalucía, 06/07/2004








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