El
profesor de Filosofía de la universidad hispalense Jesús Navarro me
recuerda, en una charla reciente, el concepto de “white ignorance”,
ignorancia blanca, acuñado por Charles
Mills, que suele aplicarse para definir la
inconsciencia del hombre blanco sobre su propia raza o, mejor dicho,
sobre sus características étnicas, comparables a las demás y,
generalmente, a la ceguera sobre la supremacía de identidades,
naciones e ideas, que hacen que existan opresiones que no
reconocemos.
Me
explico: Parece que las razas son las demás, que los discriminadores
son los demás, que quienes no admiten a los diferentes son los otros
y que los violentos y maltratadores son las otras personas, mientras
las perpetuamos con iniciativas, prejuicios y educación.
Obviamente,
cada cual sabrá cuán exento está de esos comportamientos y en
cuántas ocasiones se lo ha podido demostrar, o ha querido aceptar el
resultado. Y, aunque los ejemplos podrían ser numerosos, tanto en la
vida cotidiana, donde se oye que uno no es machista, pero sale con
los amigos, mientras ella se queda en casa, no cambia al niño,
“ayuda” en las tareas domésticas y expresiones parecidas; como
en las relaciones con los iguales genéricos, con chistes, bromas,
comentarios e invisibilidades varias, o en las descalificaciones que
campean para conducir, comprender, interpretar, elegir profesiones,
me refiero aquí a lo que desde hace siglos se sigue llamando el
problema catalán.
Es
la ignorancia blanca (con acento grave en la primera a, en la seva
escriptura) de los indepes, la seva, que ha cambiado los significados
de egoísmo, cobardía, democracia, huida, solidaridad y justicia,
por no hablar de robar, engañar/se, mofarse o traicionar.
Estos
dos millones, según los últimos recuentos, no han percibido que
están solos, que sus líderes prefieren ser madres y padres que
héroes, que su gurú es exactamente eso, en el sentido más
despectivo del término que, aunque llevaran razón, no tienen ningún
derecho a imponerse a quienes no piensan como ellos, que están
obsoletos y mal instruidos, desinformados y en manos de unos
románticos de cartón piedra que quieren romper con todo.
Estos
ciudadanos piensan que quien usa la fuerza es únicamente el estado,
que su país sigue siendo el más próspero y se quejan de que no hay
división de poderes, mientras solicitan que el poder legislativo
actúe contra el judicial. Son incoherentes hasta para vivir de
quienes quieren separarse.
En
realidad, tanta estulticia les ha llevado a la obnubilación personal
y al ridículo de sus representantes, que por estrategia prefieren
seguir sin gobierno e ir a unas nuevas elecciones.
Ahora,
si se repite el resultado en votos, lo que habrá sucedido es que
además de a sus ideas pueriles, se habrán acomodado a su ignorancia
blanca y comentarán que el mundo es inhumano, mientras pisan la
dignidad de los charnegos.
HuelvaYa.es, 23/3/2018
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