Sé
que lo hemos pensado: El
lobo miente en el bosque, después, se come a la abuela de Caperucita
y un leñador le abre la panza y la extrae (viva, además); en otro
cuento, aparece el
“bullying” familiar,
una madre que no quiere a una de sus hijas y, en algunas versiones,
hermanastras que llegan a amputarse varios dedos con tal de que les
quepa el zapato que les llevará a la corte. También hay
envenenamientos y, como antídoto, una pobre, pero bella durmiente
recibe, sin su consentimiento, el beso de un desconocido.
Hamelin,
un flautista foráneo, secuestra a los niños de un poblado, el ogro
hace barbaridades en “Pulgarcito”, una joven convive con siete
adultos enanos pero solitarios y algunos padres abandonan a sus
hijos, como en Hansel y Gretel; esto por no recordar a Barba azul o
los zombis, extraterrestres, seres maléficos, ladronas de perros y
padres que no pueden ocuparse de su prole en la narrativa, también
cinematográfica, de la actualidad.
En
cuanto a los clásicos,
habrá que pensar como Jesús
Callejo, en su libro Los
dueños de los Sueños
que, simplemente,
aquellos relatos no iban dirigidos al público infantil, pero
entonces por qué hemos seguido utilizándolos.
Una
explicación puede ser que tras cada comportamiento truculento hay un
mensaje de bondad que le sucede; con lo que se muestra así el bien y
el mal, la perfidia, el horror y la belleza de los salvadores. Creo
que ahora no se sostiene.
La
razón puede ser la falta de actitud crítica ante lo que hasta los
Hermanos Grimm pensaban que eran cuentos para los niños.
Como
no cabe indagar en la intencionalidad de cada uno de sus autores y
una vez destacadas las malas costumbres que se exponían, habrá que
volver a relacionarlos con antiguos refranes que sí parecen
desterrados, como el de “la letra con sangre entra”, aunque se le
haya querido relacionar con el esfuerzo, el tesón y el valor de las
cosas y no con la regla con que nos daban hace años en la escuela
primaria, algún bofetón en la secundara (hace años) y las
reprimendas familiares que se siguen viendo todavía.
Si,
por ejemplo, la violencia de “Los juegos del hambre” y
“Divergente”, pensadas para adolescentes, no se explota
adecuadamente, podemos desviarnos de lo que su autora ni se planteó
que quería trasmitir pero que, quizá a su pesar, trasmite, como
Charles Perrault, o los Grimm, en los cuentos mencionados.
Es
verdad que para tener un hijo no se pide cualificación (excepto la
biológica y no siempre), pero una vez en el mundo, bien valdría
saber qué se lee, qué les regalamos para leer, qué se ve, qué
vemos, qué se sigue y qué se comenta, sobre todo esto, porque en
este planeta global, cuyos habitantes tenemos acceso a cualquier tipo
de información, hablar de todo es más necesario que nunca.
HuelvaYa.es,
25/6/2017
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