En el año que vamos a
despedir se han cumplido cien años de la muerte de Cervantes que,
gracias a nuestro ministerio de educación, bienes patrimoniales,
cinematografía, circo, bibliotecas, moda, artes gráficas,
muralismo, zapatería artística, deportes, museos y todo eso que los
pesados queremos llamar cultura, está pasando sin pena ni gloria:
Normal, ya les viene largo larguísimo arreglar la educación, como
para dedicar tiempo también a la cultura, para que luego les pongan
en evidencia en los premios Goya (digo yo, que deben pensar mentes
tan preclaras).
Lo cierto es que, siendo
quien es Miguel de Cervantes, parece que me tomaré la primera copa
de cava del diecisiete sin que me suenen en los oídos La Galatea,
las Novelas Ejemplares o El Quijote, al
menos que lo remedie mi amigo Ángel Corpa, que tiene preparado un
disco homenaje a los versos cervantinos.
Pero este año también
está siendo el aniversario de varios autores muy importantes en las
letras hispanas y siempre es mejor celebrar un nacimiento que
conmemorar una desaparición. Se trata nada menos que de los
centenarios de Antonio Buero Vallejo, Camilo José Cela y Blas de
Otero.
El primero, un
dramaturgo valiente en lo personal, represaliado por los vencedores
de la guerra llamada civil que, aunque tardíamente, llenó de nuevo
los teatros en 1949 con su Historia de una escalera.
Camilo
J. Cela, nuestro Premio Nobel más reciente -si excluimos al
doblepatriótico Vargas Llosa-, que cambió el sabor de la novela,
reflejó las españas de nuestra tierra y popularizó un lenguaje
descarnado y sin vergüenzas, creativo y divertido en ocasiones, o
terrible y dramático como el de La familia de Pascual
Duarte.
Y
también ha cumplido años Blas de Otero, que nació en Bilbao un
quince de marzo.
Con
este poeta comprometido con la sociedad, el mundo y la poesía, el
verso apaciguado de quienes publicaban en la revista Garcilaso
(por cierto, el inca también
murió un dieciséis) se
volvió desgarrado y, “mordido por el diente de la angustia”,
según las palabras de Gerardo Diego, como estaba el nuevo grupo que
publicaba en Espadaña,
se produjo una rehumanización poética, como afirma José Mª
Castellet.
Blas de Otero combina el
amor y el odio, la desesperación y la esperanza siempre en la
palabra; muestra nuevas formas y le quita los arneses al soneto, para
hacerlo más real y más accesible. Retorna al intimismo, la
metafísica, al amor, a la angustia y no renuncia a las inquietudes
sociales ni a la belleza.
Pues estamos en
noviembre, contad si son los once y estará casi hecho un año de
otros muchos centenarios: Alonso Zamora Vicente, Mercedes Salisachs,
Rafael Calvo Serer y los granadinos Juan de Ariza y Aureliano
Fernández Guerra, menos conocidos; pero los ministerios, las
consejerías, están minusvalorando a quienes nos hacen grandes. Y no
cuento otras conmemoraciones como la muerte de Ramón Llull (que sí
recordaron ante mil quinientos educadores nuestros paisanos
catalanes, en un congreso reciente), Enrique Granados o Rubén Darío.
No parece lógico que
exista un ministerio que incluya la palabra cultura (como una más,
esto sí) y que olvide una de sus principales funciones, que debería
ser recordarnos quienes la hacen o la han hecho posible.
HuelvaYa.es, 19/11/2016
HuelvaYa.es, 19/11/2016
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