Me
cuentan que un presidente de una gran nación, ejemplo en muchas cosas (la
nación), ha callado durante largo tiempo mientras a su alrededor había una
trama de corrupción organizada y que no se había demostrado si él tenía que ver
o no por acción, ya que por omisión quedaba claro. Creo que lavaban dinero de
procedencia ilícita y que permitía, si no colaboraba, con una relación sospechosa
entre empresarios y políticos.
Por
lo visto, el Senado lo ha destituido temporalmente, mientras se investigaban
varios casos y su sucesor ha sido descrito por otro diputado como “el típico
mayordomo de película de terror”. Este interino ha sido, además, aliado de la
presidencia durante años y su vicepresidente “decorativo” y también está
acusado de no respetar lo establecido en la financiación de las campañas
electorales.
Seguramente,
algún lector bien informado habrá creído, por un momento, que hablaba de este
nuestro país que padecemos todos, pero no, ni siquiera sucede en una nación
europea, donde se habría actuado con mayor celeridad (en casi todas); pertenece
a ese mundo al que a veces nos referimos como en desarrollo, emergente y cosas
así: Brasil, que fue una esperanza para Hispanoamérica y mucho más.
Aquí,
en las españas, sería imposible que los electores reaccionasen, que dimitiera
alguien en circunstancias similares, que quien tiene apariencia más siniestra
estuviese callado e, incluso que el nuevo presidente tuviese una esposa
cuarenta y tres años más joven que él.
Seguimos
teniendo unas tragaderas enormes, una costra guerracivilista, alimentada por la
ignorancia y el rencor, miedo a la juventud y desconfianza en la palabra,
cultivada poco o en exceso.
Vale
más un no me fío que un vamos a ver; un mejor lo malo conocido que el futuro
por conocer; y la envidia, ese pecado capital del que escribió F. Díaz Plaja en
el último tercio del siglo pasado y que sigue siendo, junto con los toritos y
la flamenca otra de nuestras señas de identidad.
¡País!,
que diría Forges.
HuelvaYa.es,
14/5/2016
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